sábado, 31 de octubre de 2009

Cómo las cigüeñas en el campanario

Inés tenía siempre prisa, tanta que madrugaba antes de que el sol despertara con sus primeros rayos. Era trabajadora, inquieta y, sobre todo, rebelde. Se ponía de los hígados cuando las cosas no eran como tenían que ser. Bastaba un frío intenso, una nevada inesperada o una lluvia a destiempo, una mirada agria, para que se pusiera de los nervios. Sonados eran sus cabreos. El contemplar alterado su ánimo al ver que casi nada le salía tal y como había previsto, era algo frecuente.

Nadie dudaba de su competencia y de su profesionalidad, pero tampoco de su malhumor y sus continuas voces de disgusto interior.

“! Qué mala cara tienes ¡”, le decían sus amigas aquella tarde de primavera, mientras respiraban el olor pastoso de la contaminación de la ciudad.

- Es ansiedad, le dijo el doctor, cuando acudió a urgencias al hospital, llena de palpitaciones y ahogos. ¡Así no es sano vivir!.

Pero ella vivía así. Como podía, pero así. Agitada y nerviosa como las alas de las mariposas. Siempre en movimiento. Llegó a pensar que no había otra forma de vivir. Se creyó que la vida era una carrera alocada y con poco sentido.

- Solo quiero estar tranquila y en paz, era su petición cuando cada cumpleaños apagaba la vela encendida en medio de la tarta, bajo los destellos de las fotos de rigor.

Con el paso del tiempo le resultó difícil dormir la noche entera de un tirón. Hacer cola en un supermercado o esperar a que le tocara la vez en la consulta del dentista era garantizarse un esperado ataque de ansiedad, que solo lograba apaciguar con acompasadas respiraciones y el tranquilizante oportuno que llevaba siempre consigo.

- ¿A dónde vas corriendo?, le dijo un día la cigüeña del campanario.

- A ninguna parte, pero no sé hacer otra cosa.

- ¿Por qué no te sientas como yo , contemplas la ciudad y ves la vida pasar con armonía y calma?.

- Tengo vértigo. No puedo estar quieta.

- Mientras no te detengas no serás feliz.

- Y si yo me paro y me siento, ¿quién va a hacer girar la rueda de la vida?.

- No te preocupes, la vida va sola, como el agua, el sol o la luz. ¿Acaso haces algo tú para que aparezcan las estaciones, el cielo se llene cada noche de estrellas o tus pulmones encuentren el oxígeno necesario?. ¿Te parece poco no importunarla?. Y tantas y tantas cosas más.

Inés se hizo amiga de la cigüeña y cada tarde se reunían para hablar de esas cosas que a la mayoría de los humanos no les interesan. Cosas como el canto de los pájaros o como qué hacer para que el corazón deje de odiar o sentir envidia o cómo ver al resto de humanos como lo que son y no como lo que aparentan. Últimamente dialogaban sobre los sonidos de la bondad o la sonrisa. Juntas hicieron desvelamientos hermosos, que al llegar a casa Inés plasmaba en sus cuadros de colores vivos.

Así fue como aprendió a sentarse en un banco del parque y no hacer nada, ni punto siquiera, solo ver, mirar, contemplar, escuchar, reír, aguantar los chaparrones, abrirse a nuevas amistades y a reir. O sea, a no hacer casi nada.

Poco a poco descubrió que su corazón latía más lentamente y que la vida tenía un ritmo más cadencioso del que hasta ahora había llevado. Y dio gracias a lo Alto, porque disfrutaba cada instante y lo bebía como si fuera una eternidad, como desde siempre hacían las cigüeñas en el campanario.

Tomado del libro “Desde el corazón y la esperanza”, Editorial STJ, de Barcelona. Valentin Turrado

miércoles, 28 de octubre de 2009

CURSO DE CONOCIMIENTO DE SI MISMO EN TRUJILLO

Los pasados días 15,16,17 y 18 de Octubre,tuvo lugar en la Residencia del Pago de San Clemente(Trujillo)una nueva edición del Curso  de "Conocimiento de sí mismo",encuadrado dentro del Programa de "Agentes de Ayuda".El mismo contó con la presencia de más de 30 personas procedentes de diversos puntos de la región:Cáceres,Badajoz,Mérida,Almendralejo,etc.,los cuales vivieron unos días intensos de confraternización compartiendo la hermosa experiencia de conocerse mejor para poder ayudar mejor a los demás.El grado de satisfacción y de alegria ,como muestra la foto fue inmenso,deseosos todos de seguir profundizando sobre el tema en sus respectivas localidades.Desde aquí les transmitimos a todos nuestra felicitación y ánimos para seguir el camino emprendido.Un abrazo para todos.

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Un dia você aprende

martes, 27 de octubre de 2009

ECHÓ A ANDAR EL CURSO DE INTERVENCIÓN EN CRISIS EN BADAJOZ

En este  Mes de Octubre comenzó a dar sus primeros pasos el Curso Superior de Intervención en Crisis que este año celebramos en nuestro  Centro de Badajoz. Primero con la presentación del mismo,de la que ya informamos en estas páginas,y este último fin de semana,del 23 y 24 de Octubre,con las clases propiamente dichas. Este Curso ha despertado una gran expectación,prueba de la cual es la gran demanda de alumnos para realizarlo.En principio las plazas máximas eran 30,pero posteriormente hubo que ampliarlas y aún así ha quedado una lista de espera con más demandantes,lo que augura una futura continuidad en años próximos.Hasta la fecha es el máximo número de participantes de todas las ediciones  celebradas. Así pues 37 alumnos y alumnas de toda Extremadura y Portugal  comenzaron el Curso en su primer fin de Semana.Para abrirlo contamos con la presencia del Psiquiatra Alejandro Rocamora,que nos habló de la teoría de la crisis y las crisis suicidas,siendo seguidas sus lecciones magistrales con gran interés por todos los participantes.Posteriomente,en sucesivos fines de semana,a lo largo de todos los meses,se seguirán impartiendo nuevos módulos hasta dar un completo repaso al,no por actual,menos complejo,mundo de las Crisis.

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LA HOJA QUE QUERÍA VOLAR

En otoño los árboles pierden las hojas.Esta es la historia de una hoja que,despacio,iba perdiendo su color verde y se iba volviendo marrón.La hoja sabía que pronto caería del árbol.Había visto cómo sus compañeras habían ido a parar al suelo.Nuestra hoja quería volar.Era su gran ilusión desde que nació.
     Mientras estaba en la rama del gran árbol pasaba horas y horas contemplando cómo volaban los pájaros.Quería volar como ellos.Un día que llovía mucho un pajarillo se paró en la rama donde estaba la hoja.El pájaro se puso a llorar.
    - ¿Por qué lloras?
    - Mi familia tiene el nido en el campanario de la iglesia.Yo soy pequeño y estoy empapado.Con las alas tan mojadas es
       muy dificil que pueda volar hasta allí.
     La hoja era muy lista y tuvo una gran idea.Una idea que servía para ayudar al pajarillo y,además,haría que se cumpliera su deseo de volar.
     - No te preocupes,pajarillo.Yo te ayudaré.Arráncame del árbol y te serviré de paraguas.Te protegeré de la lluvia y no te mojarás.
       Así lo hicieron y llegaron felizmente al campanario.La familia del pajarillo se puso muy contenta al ver llegar al pequeño.Dieron las gracias a la hoja y le propusieron que se quedara a vivir con ellos.La hoja les protegería de la lluvia y del fuerte sol y realizaría su sueño de volar.La hoja aceptó y juntos fueron muy felices.

Enviado por Kuentero

lunes, 26 de octubre de 2009

Asamblea de sentimientos

Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la Tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres. Cuando el Aburrimiento había bostezado por tercera vez, la Locura, como siempre tan loca, les propuso jugar al escondite. La Intriga levantó la ceja intrigada, y la Curiosidad, sin poder contenerse, preguntó: ¿Al escondite?. ¿Cómo es eso?. Es un juego –explicó la Locura-, en q yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón. Mientras tanto vosotros os escondéis y cuando yo haya terminado de contar, al primero q encuentre ocupará mi lugar para continuar así el juego. El Entusiasmo bailó, secundado por la Euforia; la Alegría dio tantos saltos q terminó por convencer a la Duda, e incluso a la Apatía, a la q nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar: la Verdad prefirió no esconderse (¿Para q? –dijo-. Si al final siempre me encuentran). La Soberbia opinó q era un juego muy tonto (en el fondo lo q le molestaba era q la idea no hubiese sido suya) y la Cobardía prefirió no arriesgarse. Uno, dos, tres..., comenzó a contar la Locura. La primera en esconderse fue la Pereza, q como siempre se dejó caer tras la primera piedra del camino. La Fe subió al cielo y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo, q con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto. La Generosidad casi no conseguía esconderse x q a cada sitio q encontraba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos y se lo cedía: q si un lago cristalino, ideal para la Belleza; q si el vuelo de una mariposa, lo mejor para la Voluptuosidad; q si una rendija d un árbol, muy apropiado para la Timidez; q si una ráfaga de viento, magnífico para la Libertad. Así q terminó por ocultarse en un rayito de sol. El Egoísmo encontró un sitio muy bueno desde el principio, un lugar ventilado y cómodo..., pero sólo para él. La Mentira se escondió en el fondo de los océanos, mientras la Realidad se ocultó detrás del arco iris y la Pasión y el Deseo, juntos, dentro de los volcanes. El Olvido..., no recuerdo dónde se escondió, pero eso no importa. Cuando la Locura contaba 999.999, el Amor no había encontrado todavía un sitio para esconderse, x q todo estaba ocupado, hasta q de pronto divisó un rosal y, enternecido, decidió esconderse entre sus flores. ¡Un millón!, contó la Locura, y entonces comenzó a buscar. La primera en aparecer, claro, fue la Pereza, tras una piedra a tres pasos de ella. Después escuchó a la Fe, discutiendo con Dios en el cielo sobre teología; y a la Pasión y el Deseo los sintió agitarse en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la Envidia y, claro, pudo deducir dónde estaba el Triunfo. Al Egoísmo no tuvo ni q buscarlo, salió disparado de su escondite él solo x q había resultado ser un nido de avispas. De tanto caminar, la Locura sintió sed, y al acercarse al lago descubrió a la Belleza; y a la Duda la encontró sentada en una cerca sin decidir de q lado esconderse. Y así, uno a uno, fue encontrando a todos los sentimientos y cualidades humanos: al Talento entre la hierba fresca, a la Angustia en una cueva, a la Mentira detrás del arco iris...(¡Mentira!: ella estaba en el fondo del océano) y hasta al Olvido, q ya se había olvidado d q estaban jugando al escondite. Pero el Amor no aparecía x ninguna parte. La Locura lo buscó detrás de cada árbol, en cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas... Y cuando estaba a punto darse por vencida, divisó un rosal cuajado de rosas. Emocionada tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, hasta q d pronto se oyó un doloroso grito: las espinas d una rosa habían herido gravemente los ojos del Amor, cegándolo. La Locura, desconcertada, no sabía q hacer para disculparse. Lloró, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo. Y así es como desde entonces, desde q se jugó por primera vez al escondite en la Tierra, el Amor es ciego y la Locura siempre lo acompaña.

Fin

 

Enviado por Elvira Menacho

domingo, 25 de octubre de 2009

FELICIDADES, MALAGA

Con motivo de la inauguración de su remolada Sede el 24 de octubre, desde Extremadura nuestra más cordial enhorabuena.

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Historias de gambia (y V)

LA FIESTA NACIONAL”

Si fuésemos turistas al uso, hoy sería un buen día para no salir del hotel y disfrutar de sus comodidades, pero como no lo somos, los tres turistas al desuso allá que salimos a la aventura.

Hoy más que nunca, el día se presentaba difícil pero interesante, pues se celebraba en Gambia el día de su Fiesta Nacional. Este veintidós de julio no era un aniversario más, era el quince aniversario de la subida al poder de su presidente Yahaya Jammed, que tomó el poder como mandan los cánones dictatoriales, con un golpe de estado, no iba a ser menos.

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Los días previos a la fiesta, se iba notando un gran movimiento en las calles, estaban haciendo los preparativos del gran evento. Engalanaban la principal avenida de la capital. En medio estaba colocado el horroroso arco de triunfo, tan hortera como el que lo mandó erigir quince años atrás. Yahya quería conmemorar el comienzo de su tiranía.También lo adornaban con banderas y símbolos patrios.

La representación internacional llegaba, a la cabeza Muammar el-Gaddafi, presidente de Libia, había venido cuatro días antes y como es su costumbre, traía un gran aparato logístico. Tenía aparcado varios aviones en el aeropuerto. Infinidad de agentes de seguridad junto con su exótica guardia personal de amazonas lo protegían en una majestuosa jaima instalada en un recinto blindado de Kotu, muy cerca de la zona turística.

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Mas de trescientos vehículos, todo terreno, de lujo habíamos contabilizado el día anterior. Pululaban de acá para allá preparando la seguridad del desfile. Estaban numerados en el parabrisas delantero, esto les permitiría una perfecta coordinación y que no hubiera el más mínimo fallo que pudiera mermar la seguridad de ambos presidentes.

Eran las nueve y treinta minutos del día “D”, cuando Teresa, Goyo y un servidor, atravesábamos la primera linea de batalla en la puerta del hotel, pero los bumsters no salían a nuestro encuentro. ¡Que raro...!.¿La ya larga experiencia de fracasos les habrían hecho darse por vencidos? o quizás sabían que hoy no nos iba a ser posible coger un yelow taxi en la carretera principal y esperaban en la retaguardia el dulce sabor de la venganza, ¿quién sabe?.

Bajo un sol que derretía las piedras, esperamos infructuosamente que nos recogiera algún taxi, los pocos que pasaban iban llenos. Después de casi una hora de espera, viendo como pasaban hacia la capital todo tipo de transportes cargados de gente hasta los topes sin que ninguno parase, comenzaba a resquebrajarse nuestra moral , empezábamos a sopesar la posibilidad de retornar a terreno enemigo y claudicar en los brazos de los bumsters, pero por no ver sus caras de satisfacción, aguantamos un poco más.

Nuestro tesón fue recompensado, a veinte metros de nosotros paró un autobús para recoger a alguien vestido de verde, el color oficial del régimen. Ese autobús, como el resto de transportes del país, hoy trabajaba gratuitamente llevando personal al magno acontecimiento. Le pedimos que nos llevara. Como respuesta, una negativa; es que no cabía ni un alfiler más, estaban ubicadas doscientas personas donde debían estar cien. Además éramos turistas y no íbamos de verde; vamos que debieron pensar que esta no era nuestra guerra. Pero Goyo que tiene recursos para todo y más cara que una hucha del DOMUND llena de calderilla, sacó, no sé de donde, una banderita verde que ondeó al viento y con el dedo índice de la otra mano señaló hacia su solapa, donde lucía una plaquita conmemorativa con la foto del “Presi”. La exhibición de tales argumentos acabaron con la resistencia del chofer, pasando a ingresar de inmediato en las filas del ejercito de adeptos mercenarios al presidente Yahya Jammeh.

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Media hora duró el trayecto, si dura cinco minutos más, estos tres turistas no llegan vivos. El espeso olor a sudor húmedo por tanto cuerpo apretujado y la falta de oxígeno en el interior del vehículo nos iba asfixiando poco a poco. Pero por fin llegamos hasta donde podíamos llegar en autobús, a las afueras de Banjul. Caminamos como pudimos entre el gentío que se agolpaba en una marabunda humana, verde y ruidosa. El presidente en un alarde de ego generoso había entregado a su pueblo millones de metros de tela verde con su foto estampada, así es como se pudieron confeccionar los trajes para la ocasión. Con el dinero de su pueblo se hacía publicidad gratuita.

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Enseguida nos dimos cuenta que no era posible acceder a las inmediaciones de la tribuna presidencial. Queríamos ver de cerca la ceremonia, el desfile y a su presidente presidirlo; desistimos. Decidimos que la mejor opción era quedarnos en la retaguardia y participar desde dentro, estar entre el gentío, charlando y fotografiándonos con las agrupaciones que llagaban constantemente de todo el país.

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Estaban representadas todas las fuerzas vivas y de producción de Gambia, menos el turismo, pero allí estábamos nosotros para remediarlo. Había pescadores, agricultores, la muy escasa industria, el comercio, la enseñanza con sus diferentes niveles, el deporte...Precisamente charlábamos con este sector, un equipo de fútbol de primera división, los Escorpios de Banjul, se llamaban, cuando se oyó un cañonazo. El reloj marcaba las doce en punto del medio día, era la señal de comienzo del desfile. El ejército hizo una cadena humana para contener a la población sobre las aceras y de repente las agrupaciones se colocaron en formación.

A ritmo de marchar militar dio comienzo el desfile.

Nosotros que de inmediato debíamos abandonar la calle para, en plan pasivo, verlos pasar, nos miramos y sin mediar palabra, pues no había tiempo para ello, decidimos tomar parte activa; se nos estaba presentando una oportunidad única y no la podíamos desaprovechar.

La fiesta Nacional

El turismo le pidió permiso al deporte para desfilar con él, este tras una solidaria encogida de hombros le abrió un hueco. Nos colocamos en formación junto a ellos, en la penúltima fila. Éramos unas cuarenta personas. Ellos: todos jóvenes, negros, altos y fuertes, iban arropados con sus enseñas nacionales. Nosotros: tres blanquitos, menos altos, menos jóvenes, y menos fuertes, estábamos en medio de esa negritud, vestidos con nuestros uniformes de colorines, guiris auténticos. Vestíamos pantalones cortos, camisa o camisetas multicolores y una gorrita de sol a la que habíamos adherido en su frontal una insignia presidenial a modo se salvoconducto. En nuestras espaldas portábamos las mochilitas de rigor, donde llevábamos: un bocadillo de queso derretido para reponer fuerzas en un momento dado, la botellita de agua mineral para no sehidratarnos, repuestos de baterías para los equipos multimedia, el pasaporte, la guía Lonely Planet u otra que cuenta las mismas mentiras que esta, una cartera o monedero con algo de dinero, clines...En la cintura, las fundas de las gafas de sol y del móvil. Al cuello las maquinas de fotos y vídeo en sus respectivos estuches... o sea : todo un arsenal, si en lugar de ser turistas temerarios hubiésemos sido terroristas suicidas.

A los comienzos del desfile mi preocupación no era excesiva, pues estaba convencido de que en cualquier momento, alguien de seguridad se acercaría a nosotros y con más o menos amabilidad, nos invitaría a abandonar la formación, pero el desfile avanzaba y avanzaba, y nosotros allí seguíamos intentando no perder el paso, a pesar de que el ritmo del corazón se descompasaba con el de los pies por la creciente taquicardia que nos aumentaba conforme nos acercábamos a las tribunas.

Pasamos el arco de triunfo, nuestra blanca piel brillaba más que nunca por los efectos de la crema solar y el contraste con nuestros compañeros de formación. Se nos distinguía a una legua.

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Los equipos de seguridad del presidente y de Muammar el-Gaddafi, se movían vigilantes de acá para allá. Vestían unos trajes negros, pinganillos en las orejas y tras unas gafas oscuras de sol nos seguían unos ojos que no perdernos de vista. Pero ya era tarde para intervenir sin que se notase, estábamos en medio de la gran avenida ante las cámaras de televisión que retransmitían el acto en directo y toda la prensa apuntaba con sus objetivos. Si nos sacaban por la fuerza, tendrían que asumir públicamente los fallos de seguridad, aquellos que presumen precisamente de todo lo contrario. Era más aconsejable aparentar que todo estaba bajo control, pero la realidad era muy diferente, habíamos pasado todos los filtros de seguridad y estos tres turistas les estaban metiendo un golazo por toda la escuadra, nada más y nada menos que a los equipos del presidente de Gambia y de Libia. Seguro que alguna cabeza responsable habrá rodado por los suelos. Espero no estar hablando literalmente.

Como decía, el desfile avanzaba y nosotros con él, la adrenalina nos subía hasta los límites donde puede subir y en nuestro interior se mezclaban sentimientos muy fuertes y contradictorios: euforia, nerviosismo, miedo, preocupación, heroicidad... Teníamos la sensación de estar viviendo algo único, irrepetible. Eramos el blanco ( nunca mejor dicho) de todas las miradas: del público que acudió al desfile, de los telespectadores de Gambia y Libia, por lo menos, de todo el cuerpo diplomático allí presente en la tribuna, y como no, de los dos presidentes.

Los representantes de los diferentes países iban poniendo cara de asombro conforme pasábamos a su altura, no dejaban de hacer comentarios con sus respectivas esposas o lo que fueran. El embajador francés hasta se descubrió al vernos, retiró de su cabeza el típico kepis, gorrito que corona el rancio uniforme colonial francés, en un gesto inconsciente de asombro o quizás para decirnos: ¡chapeau!. Pero los que abrieron los ojos como platos fueron dos mandos de la Guardia Civil a los que habría mandado Zapatero para instruir a la policía del tirano. Estos debieron quedarse de piedra al comprobar que los tres turistas que caminaban en formación eran compatriotas suyos. Mi amiga Teresa sin poder contenerse al pasar a su lado, descargó toda la adrenalina acumulada con un grito patriótico que le salíó del alma:

-¡Viva la Guardia Civil!

Goyo, que no tiene miedo a nada, pretendía sacar de su mochila la máquina de fotografiar para inmortalizar el momento, yo le hice desistir, resultaba demasiado peligrosa la maniobra, los de seguridad nos vigilaban de continuo y podrían interpretar que íbamos a sacar alguna pistola o bomba, era más sensato mantener los brazos en alto, bien visibles, y con ellos ir saludando al pueblo y a su presidente. Al pasar a su lado nos devolvió el saludo juntando ambas manos. Quizás con ese gesto, estaba agradeciendo lo que hace el turismo por su país, no olvidemos que representa el sesenta por ciento del P.I.B. y por tanto, debería estar representado también. Estos tres turistas locos o insensatos acababan de hacerlo, el turismo quedaba reivindicado en la Fiesta Nacional.

Ya habíamos dejado atrás al presidente y a su homólogo Muammar el Gaddafi que se pasó todo el desfile repantingado en un sofá situado justo detrás del presidente Yahya. Iba impoluto con su túnica blanca, su chal marrón y sus sempiternas gafas de sol. Estos déspotas cuanto más sucios son por dentro, más limpios van por fuera.

Por la forma de sus miradas, veíamos que la guardia de seguridad se iba relajando, se les debió ir evaporando la idea de que fuésemos terrorista. Nos debieron seguir de forma discreta algunos de ellos, por si acaso, pero no fue perceptible por nosotros entre tanta gente.

Nos quedamos compartiendo un rato con nuestros compañeros de desfile, los deportistas, nos intercambiamos teléfonos e imails, por si hubiese que volver el año que viene, si es que no nos relevan otros turistas y tuviéramos que participar de nuevo en el desfile de los Dieciséis años de Prosperidad y Desarrollo como señalaban las leyendas publicitarias.

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Acabado nuestro cometido, continuamos con nuestro trabajo de anónimos turistas, disparando las cámaras fotográficas y sudando como pollos.

¡ Qué sufrída es la vida del turista...!

Rafael de Tena , agosto del 2009

Historias de gambia (IV)

LA ISLA DE LOS ESCLAVOS”

Esa mañana, como de costumbre, Goyo, Teresa y yo, salimos del hotel para coger un yellow taxi que nos llevara, esta vez, a la capital de Gambia. También, como de costumbre, ajustamos el precio para evitar sorpresas a posteriori.

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Media hora más tarde estábamos en el puerto de Banjul. Nos disponíamos a abordar el ferry que nos llevaría a la ciudad de barra, al otro lado del río, donde cogeríamos otro taxi para ir al poblado natal de Kunta Kinte, el famoso esclavo de la antigua serie americana que dieron por TV hace ya bastantes años.

La espera del ferry se dilataba en el tiempo por lo que lo entretuvimos negociando con unas vendedoras ambulantes una especie de blusones multicolores de esos que usan los nativos, pues de tanto verlos en sus cuerpos hasta nos parecían bonitos, o al menos exóticos. Pretendíamos comprarlos aún sabiendo que, a la vuelta en tu país, no te los ibas a poner nunca, a no ser que los usases como pijama; cosas del consumismo occidental...

La Isla de los esclavos

Llegó el barco tras hora y media de espera, derramó media África sobre la dársena. Parecían conejos saliendo de la chistera de un mago, el proceso no acababa nunca. El barco superaba más del doble su capacidad. Los viajeros que estábamos en espera, lo abordamos junto a los coches, cabras, camiones, maletas y demás enseres transportables. Cuando estaba a punto de soltar amarras, nos mandaron desembarcar. De nuevo comenzó el desfile de las mismas personas, coches, cabras, camiones, maletas y demás enseres transportables hacia tierra. No nos dieron ninguna explicación, pero obedecimos sin hacer el más mínimo gesto de contrariedad; nos limitamos a acatar la orden de la autoridad como es costumbre en África. Llevan siglos de contenida resignación y cuando explotan, mejor que no te coja por medio, todos sabemos de los conflictos africanos en Sierra Leona, Sudán, Ruanda entre Hutus y Tutsis...

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Por fin, nos recogió el siguiente barco, tras otra hora y media de espera, aquí el tiempo no cuenta. Durante la parsimoniosa hora de travesía, nos cayó el aguacero de rigor, estábamos en época de lluvias. Estos suelen durar entre veinte minutos y media hora. Llegaban como se iban, sin previo aviso, y mientras tanto, parecía que se abrieran las compuertas del cielo y cayera todo el agua que lo contenía. Lo bueno es que si toca mojarse no importa demasiado, el agua no está fría y después refresca al secarse sobre la piel.

Pasamos otra hora de taxi por pistas de polvo o barro, dependiendo de si había pasado por allí el chaparrón o no. Atravesamos varios poblados mandinkas, donde los niños al escuchar el motor del coche, salían en tropel a nuestro encuentro esperando recibir algún caramelo o bolígrafo.

Llegamos al poblado de Kunta Kinte, allí viven aún sus antepasados en octava generación y aprovechando esta circunstancia tienen preparado un centro de interpretación a cerca del problema de la esclavitud para explicar como fue diezmada la población de esta zona, hasta que 1.808 se prohibió la esclavitud en el mundo.

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Una vez instruidos sobre el tema, contratamos un minúsculo barquito de fibra de vidrio con motor fuera borda para visitar James Island, una isla en el centro del río Gambia, a mil quinientos metros de esta aldea. Allá pudimos contemplar las ruinas de una fortaleza prisión, donde los negreros iban almacenando los esclavos que capturaban por la zona para embarcarlos hacia América tras unos días en la isla. Este fuerte fue ocupado sucesivamente por portugueses, ingleses y piratas; algunos dicen que eran la misma cosa, pero yo no me atrevo... Hasta que en 1.825 se abandonó definitivamente, poco después de la abolición de la esclavitud. Ahora son unas ruinas que sirven de blanco a las cámaras fotográficas de los turistas, como los que acababan de llegar en un grupo de doce, sobre un cayuco tradicional de madera. Ellos, como típicos turistas que eran: llegaron, vieron, fotografiaron y se marcharon. Nosotros para profundizar más en el conocimiento o por rentabilizar mejor los dalasis invertidos en la aventura, prolongamos en exceso nuestra visita. El barquero comenzaba a inquietarse por momentos. Nosotros no éramos conscientes de lo que se avecinaba, pero él, que sabía interpretar los elementos en los cambios del clima, nos instaba a marchar cuanto antes. Por fin le hicimos caso pero ya era demasiado tarde. El tiempo cambió, como era habitual, en un abrir y cerrar de ojos: el viento cada vez era más fuerte y el oleaje aumentaba con él. Ya no regresábamos en un barquito sino en una cáscara de nuez con la que jugaban las aguas. La situación empeoraba de forma acelerada, ya no sonreíamos, ni charlábamos distendidamente como a la ida, nuestros rostros reflejaban la tensión del momento. El barquero intentaba, como podía, coger las olas de frente para no volcar, pero se le antojaba difícil la maniobra pues venía el viento de estribor. El violento oleaje nos balanceaba y nos hacía saltar sobre las aguas como a barco de papel.

Cómo estaría la situación para que mi amigo Goyo me dijera:

- “Reza, reza, tu que eres creyente”.

A lo que yo le contesté sin dejar de agarrarme al asiento del bote:

-“No hago otra cosa desde que embarcamos”.

En uno de los envites del agua, esta saltó por encima del barco, mojando las tripas del motorcito, que ni siquiera tenía carcasa para cubrirlo. El pobrecito atragantado se estremeció de muerte, resopló dos veces y expiró. Nos dejó huérfanos y a la deriva. También mudos, pues no nos atrevimos a pronunciar palabra, quizás para que no cundiera el pánico, pues cualquier palabra pronunciada en estos momentos no podía ser buena.

Sin nuestro motor, la corriente nos empujaba con violencia hacia el centro del río y de allí, derechos al mar. Nos encontrábamos a unos dos kilómetros de su desembocadura y una vez en el mar ...??? Todo esto, si no naufragábamos antes.

Así transcurrieron los cuarenta y cinco minutos mas largos de mi vida.

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Con la misma alegría que Rodrigo de Triana divisó el Nuevo Mundo, nosotros vimos acercarse al cayuco que anteriormente había regresado a los turistas. Se había dado cuenta que no llegábamos y acudió en nuestra ayuda. Tuvimos mucha suerte de que nos precedieran los turistas. Al pisar tierra firme nos abrazamos y sentimos haber nacido de nuevo.

Rafael de Tena , agosto de 2009

sábado, 24 de octubre de 2009

El cálido castillo abandonado

Al bajar el hatillo de su tristeza, el legionario, aquel hombre directo y rudo del pueblo, le dijo:

- Te puedes quedar aquí.

El hombre recio no habló más, pero habló lo suficiente para el peregrino de pan y calor.

En aquella tierra hospitalaria, que arrastraba sangre mozárabe de siglos y adoraba a la Diosa Maya, se quedó largo tiempo. Fue un tiempo próspero y halagador. Lleno de proyectos, de ideas nuevas, amistades y alegrías. No faltó tampoco algún que otro resquemor, ¡qué ningún lugar es coto de bondad!.

Trabajó de administrador de fondos ajenos, pero nunca nada de lo ajeno se le pegó. Aquí aprendió a reír como ríen los juglares de historias pasadas que hablan de duendes sabios y de doncellas encantadas. Se rodeó de humanos escogidos y agradables con los que compartió el vuelo de las ilusiones y el calor del nido hecho con esmero y paciencia.

Recibió aplausos y silencios, bellas palabras de agradecimiento y un tal vez merecido homenaje.

Hubo un día que un chiflado pintó un graffiti en la pared del cementerio: “el forastero es un ladrón”. Los que le tenían ganas se lo creyeron, no porque fuera verdad, sino porque era una buena disculpa para meter el veneno en el pueblo. Lo curioso es que no hace mucho los del graffiti fardaban de ser sus amigos.

En el concejo del pueblo la voz del forastero silenció los odios de sus enemigos: “con un hatillo vine a este pueblo y con un hatillo me iré cuando lo desee, no hace falta que nadie me eche”. Los vecinos aplaudieron su arrojo, tan solo unos pocos juraron venganza en la cantina del pueblo.

La cantinera , enterada del rancio corazón de alguno de sus vecinos, le contó al buen mendigo los planes de los desalmados y le habló de otro lugar donde necesitaban un pastor de cabras, allá por la montaña.

Cuando el hombre rudo le escucho decir al mendigo, “me voy”, no le creyó.

- ¿No te irás por miedo a esos cuatro cantamañanas?

- No es grato saber que el demonio anda cerca, pero no es él el que me empuja ni tampoco el miedo. Ellos son la disculpa para que siga mi camino.

- ¿Quién te va a tratar mejor que nosotros?

- Tal vez nadie, pero quiero descubrir otros horizontes. Te llevaré a ti y a tu buena gente en mi corazón, pero no quiero ser prisionero de este cálido castillo. Gracias, pero soy un peregrino.

-

Después de atarse las correas de lo zapatos, levantó las manos al valle en busca de un abrazo colectivo y a media voz, esperando que le escucharan hasta las garzas del embalse y los sisones de la estepa, se despidió con “un gracias amoroso y definitivo”, mientras se le caían lágrimas de tristeza y lágrimas de alegría.

Emprendió un largo viaje en el que no faltaron momentos de oscuridad, de duda y hasta alguna que otra mirada a los alfares dejados . El camino se hizo largo y pesado, el sol apretaba y las fuentes que encontraba tenían tanta sed como él. Siguió la ruta de la buena cantinera y en las noches cerradas, cuando el rocío caía sobre la estepa, sintió más viva la soledad y más intenso el abandono. ¡Y si la cantinera le había engañado!. “Da igual, se dijo, no volveré atrás”.

Fue aquel día de luna llena, durmiendo en el cabildo de la iglesia, cuando se acercó aquella mujer de ojos claros y voz hermosa, con cara de madre de siglos , y le dijo:

- ¿Buscas trabajo?.

- Sí.

- Puedes quedarte aquí con nosotros. Te estábamos esperando.

- Yo también a vosotros.

¡Qué alegre fue aquella noche y tantas noches y tantos días después!. Fue como si siempre hubiera estado allí y aquella gente fuera su gente de toda la vida.

Pasado un largo tiempo el peregrino, medio poeta y medio loco, desapareció un día de madrugada de la forma que había aparecido, de improviso, dejando el lugar lleno de amapolas, de brisas suaves y meriendas compartidas. En el atrio de la iglesia pusieron la gente buena del lugar una placa, con una leyenda: “al peregrino que estuvo con nosotros y compartió lo mejor que cada ser humano lleva dentro”.

Y cuentan las buenas lenguas que ya viejecito, rodeado de sus muchos nietos e hijos ,un atardecer rojo de primavera, levantó los ojos al horizonte, envueltos en calma, y caminó despacio en busca del horizonte definitivo, donde ya no hay camino, solo descanso, después de despedirse:

- Me tengo que ir. Ponerme los zapatos, se me está haciendo tarde.

Tomado del libro “Desde el corazón y la esperanza”, Editorial STJ, de Barcelona. Valentin Turrado.

miércoles, 21 de octubre de 2009

DIEZ MANDAMIENTOS PARA ASEGURARSE LA RUINA

"Y el demonio dijo a sus ángeles: "Cread confusión en la tierra. Que nadie sea feliz. Sembrad miedo, angustia, rabia y depresión en Jerusalen, en Judea y en todas las partes de la tierra que podáis. Porque, a donde yo voy, quiero que vayáis vosotros delante".
Y uno de los ángeles, cuyo nombre era Acusación, se instaló en los fértiles valles del río Ohio. Allí empezó a enseñar estos mandamientos:
1º.- Nunca te equivocarás.
2º.- Te pondrás de mal humor cuando las cosas te salgan mal.
3º.- Acusarás a tu vecino como a ti mismo.
4º.- No te amarás, ni te perdonarás, ni te aceptarás a ti mismo.
5º.- Esperarás que las cosas sean siempre distintas de como son.
6º.- Buscarás el amor y la aprobación de los otros en todo lo que hagas.
7º.- Evitarás enfrentarte con las dificultades de la vida, teniendo siempre presente que no puedes cambiar porque estás atrapado en tu pasado.
8º.- Te preocuparás por todo lo que te fastidie.
9º.- Aguardarás tranquilamente a que la felicidad llame a tu puerta.
10ª.- Harás que tu felicidad dependa principalmente de los otros.
Acusación enseñó todas estas cosas a la gente de los valles, y la gente creyó en él. Acudieron en gran número, escucharon sus palabras y creyeron; de modo que la tierra se llenó de miedo, angustia, rabia y depresión"

Richar L. Masón.
Tomado del libro de Sue Atkinson "Salir de la depresión" Ed. San Pablo.

El hombre que se creia Muerto (J. Bucay)

domingo, 18 de octubre de 2009

Historias de Gambia (III)

"EN TIERRA DE NADIE"

No tuvimos que esperar mucho para estar en un continente donde el tiempo no cuenta. Con diez minutos de retraso se presentó en el vestíbulo del hotel nuestro taxista: Fuyi, un joven de veinticinco años que hacía honor a su nombre, alto y fuerte como su homónimo el famoso volcán japonés. Fuji no sabía español. Bueno... algo sí, de vez en cuando, abría su tremenda boca y enseñándo sus blancos dientes nos decía: "De puta madre" y soltaba de inmediato una sonora carcajada de satisfacción, como si hubiese hecho una gran proeza lingüística.

Nos disponíamos a pasar la jornada completa en Senegal una pareja española y yo. Ellos son turistas poco convencionales, ni siquiera se consideran tales, sino más bien viajeros permanentes, sobre todo Goyo, que ni en su trabajo deja de viajar. Suele decir: “El turismo es la última plaga que Dios, si es que existe, nos ha mandado para castigarnos de nuestros pecados de modernidad.

Había que salir temprano para no encontrar mucha aglomeración de personal en la frontera sur de Gambia con Senegal.

Pasamos a recoger a nuestro guía, Kalifa. Este, sí que sabía idiomas: cinco, perfectamente, y con otros tres se defendía bastante bien. No sé como podía caber tanto contenido en tan poco continente, pues era tan delgado que como no se acercara de frente no lo veías, pues su perfil parecía una fina tabla de ébano. Simpático y agradable como él solo, su español perfecto. Es natural si se tiene en cuenta que nació y vivió en España hasta los trece años. Qué mala suerte la suya. Se lamentaba amargamente de que su familia nunca más pudo regresar a España, pues olvidaron renovar los papeles de residentes antes de salir de vacaciones. Menos mal que había encontrado aquí un buen trabajo de guía, gracias a sus conocimientos lingüísticos y al buen hacer del cónsul español.

Pasamos la frontera enseguida puesto que sólo estaban dos coches delante de nosotros, había sido buena idea el madrugar.

Por la carretera se veían de continuo controles militares, esto se debía a que la guerrilla separatista del Movimiento de las Fuerzas Democráticas de Casamance (MFDC) operaba por esta zona sur del país. A pesar de ello, nosotros nos sentíamos tranquilos, nos habían dicho que no solían molestar a los extranjeros para no tener una mala imagen internacional, no éramos ni el objetivo ni el instrumento de su lucha.

Como era de esperar, la vegetación y el paisaje en general, no se diferenciaban gran cosa de los que habíamos dejado en Gambia, pues los dos países tienen un mismo clima tropical y una misma etnia: mandinkas y wolof. Pero sí se notaban diferencias en cuanto el desarrollo, al menos esta zona sur de Senegal es más pobre que Gambia, no tiene turismo ni , afortunadamente, bumsters que te atosigan continuamente.

Pasamos la mayor parte del día en Casamande, capital de esta región, donde pudimos compartir con la población; era gente amable y simpática. Comimos la comida típica del lugar: arroz cocido con una carne de res en salsa de cacahuetes en un típico restaurante del lugar. Las cervezas eran gigantescas 75 cl., pero venían bien con el intenso calor que hacía. Después visitamos el mercado artesanal, donde compramos algunas telas teñidas con tintes naturales de exóticos colores, algunas figuras de animales salvajes, hechos de diferentes maderas nobles.

De lo mundano pasamos a lo espiritual: entramos en la iglesia de San Antonio de Padua, templo de arquitectura colonial con pocas pretensiones artísticas, pues sólo podía exhibir como algo especial, una placa conmemorativa de la visita al mismo del Papa Juan Pablo II.

en tierra de nadie En tierra de Nadie2

Cambiar en tierra nadie3

A la vuelta ibamos parando en pequeñas aldeas donde los niños se acercaban de inmediato a nosotros. Los mayorcitos con diversión y asombro. Los más pequeños se escondían con miedo tras sus hermanos mayores o sus madres y si nos acercábamos demasiado, lloraban con pavor. Seguramente deberíamos ser lo más parecido al coco de sus cuentos infantiles.

En tiera de nadie4

Al pasar por otra aldea, algo más grande, vimos que había un gran revuelo en el centro de la plaza. A la sombra de un gran baobab, estaban eligiendo a las chicas mejor peinadas y vestidas del poblado. Había como unas veinte chicas wolof, vestidas con exóticas ropas hechas con pieles y demás adornos de la naturaleza, pero lo que más llamaba la atención eran sus peinados, algunos eran tremendos, de más de medio metro de altura o de anchura, imitaban peces, coches, perchas y las figuras más insospechadas.

En tiera de nadie 6

Continuamos nuestro camino hacia la frontera. Yo llevaba en la mano la cámara de vídeo, me gustaba ir grabando las curiosidades del camino. De pronto, al salir de una curva, nos mandó parar una de las mucha patrullas del ejercito que estaba en medio de la carretera. Nos hicieron salir del coche. El sargento llevaban una metralleta en una mano y con la que le quedaba libre me arrancó de la mía la cámara de vídeo.

• ¿Qué ha estado usted grabando?. Me dijo con rostro severo este militar que parecía estar al mando de un pelotón de cuatro soldados.

• Pues de todo un poco y de nada en particular: curiosidades turísticas. Le contesté.

• Ustedes nos han grabado a nosotros y a intereses militares. Nos quedamos con la cámara.

• Le aseguro que no, si me devuelve la cámara le puedo enseñar la grabación y verá que no se encuentran ustedes.

Nos cachearon, nos registraron el coche hasta el último rincón, no sé lo que buscaban, pero lo único que pudieron encontrar es el material escolar que íbamos a entregar unas horas más tarde en la escuela de la aldea natal de Fuji, nuestro chofer.

Una hora, nos costó convencerles de que no éramos espías o agentes que trabajasen para la guerrilla rebelde que operaba en la zona.

Miraron divertidos las imágenes de la cámara, especialmente cuando reconocían a algunas de las personas que habíamos grabado en el último poblado o en el mercado de Casamande.

Terminamos compartiendo con ellos unos cigarrillos, la alineación del Barça y en la despedida le hicimos entrega de unos bolígrafos del colegio de Santa Engracia (Badajoz) que les hicieron más gracia que una linterna-llavero que les quiso dar Goyo. Este detalle terminó por desarmarlos, no de sus fusiles, sino de su resistencia a dejarnos marchar. Fue una despedida a la altura de amigos de toda la vida.

Montamos en el coche y respiramos varias veces profundamente para que nos volviesen a cada uno nuestros órganos a su sitio, estábamos encogidos, nos costó un ratito sacar el susto del cuerpo. Digo ratito, pues la naturaleza en forma de pista de agua y barro rojo, se encargó de poner nuestra atención en otro sitio: había llovido unas horas antes por allí y las ruedas patinaban en la arcilla encharcada, continuamente había que estar bajando del taxi para empujar. Así continuamos unos cinco kilómetros, pero nos parecieron cincuenta.

Por fin llegamos a la aldea. Nos recibieron en la plaza un grupo de niños. Nos dijeron que la escuela estaba cerrada, pues precisamente les habían dado las vacaciones esa misma mañana. Nos llevaron a casa del alcalde o alguien que ostentaba la autoridad de la tribu. Estaba sentado al fondo de una habitación oscura y alfombrada. A su derecha le hacían compañía dos paisanos de su misma edad, unos sesenta años aparentaban tener. Se sentaban en el suelo con las piernas cruzadas y con su mano derecha pasaban, una tras otra, las cuentas del rosario musulmán.

El jefe , tenía una posición hierática, no movía ninguna parte de su cuerpo si es que no era estrictamente necesario. Fuji, que hacía las veces de jefe de ceremonias e intérprete, nos precedió y arrodillándose ante él le besó las manos. Por su comportamiento de arrobo, nos dábamos cuenta que reconocía en él no sólo a una autoridad civil sino religiosa. Nosotros le acompañamos en lo que pudimos para no desentonar en el ritual y seguidamente pasamos a explicarle el motivo de nuestra visita. Nos agradeció mucho el presente educativo que le dejábamos para la escuela y nos pagó con unas retóricas palabras sobre la paz, la concordia y la amistad entre los pueblos. Después Fuji le pidió su bendición y él imponiéndole sus manos sobre la cabeza elevó al cielo una plegaria. Nosotros para teminar ese ritual, entre diplomático y religioso, fuimos dándole la mano e inclinando levemente la cabeza. A los otros dos paisanos sólo la mano.

Ya en la calle, nos hicimos fotos con los niños, nos despedimos de ellos y del poblado dándoles algunos caramelos.

Llegamos a la frontera de Senegal que estaba llena de vehículos en espera de la sellada de pasaportes. Como el calor era muy fuerte, para no deshidratarnos, compramos unas botellas de agua que consumimos en un abrir y cerrar de ojos. Como la espera se hizo larga, pues estuvimos allí más de una hora, volvimos a por otra remesa del líquido elemento. Ya por fin nos sellaron los pasaportes y pudimos salir pitando. Cuando llevábamos rodado medio kilómetro “por tierra de nadie”, mandé parar el coche, pues con tanto agua bebida la naturaleza no perdonaba. A toda prisa me alejé un poco de la carretera, sin otro objetivo que desaguar. Cuando estaba en mitad de mi alivio, oí un grito que venía del coche:

• ¡No te muevas, por Dios, no te muevas!. ¡Mira despacio a tu izquierda!.

Yo me quedé inmóvil, petrificado, lo único que se movió en mi fue el pensamiento. Imaginaba a mi izquierda cualquier tipo de animal salvaje a punto de saltar sobre mi. Por fin me atreví a mirar lentamente y lo que pude ver fue un cartel con la siguiente leyenda: “Campo de minas”.

El grito me había asustado, pero la lectura del cartel me cortó el pis en seco.

Con las prisas de la meada, me había metido en un campo de minas entre las dos fronteras. Las habían puesto para que no pasasen los rebeldes del MFDC de Senegal a Gambia.

Me temblaban las piernas, la cosa era seria. Los amigos me aconsejaron que retrocediese sobre mis pisadas, pero eso se me presentaba harto difícil ya que la hierba y hojarasca, habían impedido el dibujo de mis huellas en el suelo. Yo fui poco a poco intuyendo donde había pisado con anterioridad y así hasta llegar a la carretera. Por esta vez, me había salvado.

Esta aventura peligrosa que me sucedió entre Gambia y Senegal, puede parecer extraordinaria, digna de ser relatada, pero no se crean, es más común de lo que imaginamos en nuestro mundo de hoy.

No hace falta encontrarse entre dos países sobre un campo de minas, para que estemos en una situación similar. Hoy nos encontramos en “Tierra de nadie” en muchas ocasiones, por ejemplo cuando pretendemos ser igual de amigos de dos personas enemigas entre si, del agresor y su víctima, de los miembros de una pareja que acaba de separarse, cuando decimos que “luchamos” por los pobres y vivimos como los burgueses, cuando criticamos a los americanos y vivimos como ellos... y tantos y tantos casos que podría seguir relatando ininterrumpidamente, pues la incoherencia es mucha, pero la inconsciencia y la estupidez lo son más.

Los “modernos” de ahora, piensan que colocándose en “Tierra de nadie” están más protegidos, más seguros, está, pemsando en ellos los otros no les importan demasiado ninguno de los dosO a lo mejor lo hacen para no equivocarse, o por eso de que en el medio está la virtud, la equidad, el no favoritismo, pero la realidad es que no les importan demasiado ninguno de los dos, sino tomarían partido. Pretenden vendernos una imagen de “Buenismo-relativista, que es lo que se lleva ahora. Cuando en realidad lo que hacen, es esconder una actitud cobarde como la de Pilatos, según nos cuentan Los Evangelios.

Todos sabemos que los extremos absolutos no son buenos, pero tomar partido por algo o por alguien, no quiere decir que sea extremista, es simple y llanamente dar la cara, es ser coherente contigo mismo, con tu pensar y tu sentir, que cuando te levantes por la mañana y te mires al espejo te reconozcas, te veas limpio, estando donde y con quien quieres estar y si una de las partes se enfada, pues... ¡qué le vamos a hacer!, que reflexione, a lo mejor tiene que cambiar.

Pero, si con el tiempo o con un buen argumento nos damos cuenta que estamos en el lado equivocado, pues a cambiar de lado, y “no pasa nara”, como dirían los nativos de Gambia. Esta sí es una postura valiente: reconocer humildemente que estábamos errados y pasar a luchar al otro bando con la misma vehemencia que antes. Esto es crecer como personas, no chaqueterismo, que si viene de posturas egoístas.

Basta ya de espíritus tibios cargados de medias tintas, pues pretender “Estar en “Tierra de nadie” es estar en un equilibrio inestable, te puede salir bien en algunos casos si consigues engañar a las dos partes o si en uno o los dos lados hay alguien tan ignorante o estúpido como él o como ella (veis ahora me pongo yo en el medio, para quedar bien con los dos géneros), pero en otros muchos les explosionan las minas bajo sus pies, como me pudieron explosionar a mi cuando estuve en “Tierra de nadie”.

Rafael de Tena, agosto de 2009

sábado, 17 de octubre de 2009

Empezó a sentir. A vivir.

Aquel hombre era sin duda un docto. Una verdadera inteligencia, muy valorada en la ciudad, cimentada en el sacrificio de su pasado de jesuita, en el orden aprendido de su padre y en el estudio sistemático. Se levantaba con los primeros rayos de luz y su lámpara era la última que se apagaba en aquel barrio universitario donde vivía. Le gustaba comer deprisa y con un libro junto al plato. No había tenido tiempo para buscarse una compañera y cuando una vez alguien se acercó a su vida, la perdió como se pierden las flores cuando no se riegan y abonan; tampoco la echaba de menos. Una elucubración elevada, un pensamiento racional y una idea segura , eran sus deseos más sublimes.

A la salida de la biblioteca de aquel 24 de enero lluvioso y frío se encontró con un niño llorando, sentado junto a la acera, como si le estuviera esperando desde hace décadas.

- Señor, me puede ayudar. ¡Me he perdido!.

- ¿Dónde vives?

- Al final del barrio de las paredes encaladas.

- Llamaré a un municipal.

- Señor, por favor, ¿no me puede llevar usted?.

El hombre docto se quedó sorprendido y asustado. ¡Qué extraño le resultaba todo!. Lo entregaría al primer guardia que viera.

El niño, algo sucio y limpiándose los mocos con la manga del jersey, sin darle tiempo a reaccionar, le agarró la mano. El hombre, entonces, sintió como un escalofrío por su columna, un sentimiento extraño, movedizo, una especie de destello de inquietud agradable, ante el calor insospechado de la mano del niño. El, tan acostumbrado a leer todo y de todo, se encontraba de repente sorprendido ante una sensación que su cabeza no era capaz de registrar, pero sí su corazón, que le habló por primera vez al oído de algo agradable y cálido. El, que había removido cientos de hojas, libros, enciclopedias, nunca había escuchado a sus tripas hablar y ahora no le hablaban, más bien rugían sensaciones hermosas.

Estuvieron dando vueltas la noche entera en busca del barrio de las paredes encaladas que no acababa de aparecer. No hablaban ni razonaban ni había palabras en su caminar, pero sí arroyos de afecto y ternura.

Es posible que esta historia parezca un sueño grato, pero un sueño al fin y al cabo, pero no, porque allí empezó una segunda historia para aquel hombre, llamado hasta aquel momento por sus vecinos docto y después loco romántico, pasado de moda. Aquel niño le enseñó lo que nunca encontró en sus libros ni en su ordenada cabeza alemana. Descubrió los secretos de la vida visitando las tabernas y las cocinas de los nuevos amigos, las historias que hay detrás de los bancos inmóviles de los parques y los ojos de la gente implorando en la penumbra de una iglesia. ¡Hasta empezó a acudir a las reuniones de la comunidad de vecinos y a ocuparse de mantener vivo el bonsái que la última promoción de alumnos le habían regalado!.

La gente le empezó a ver como un hombre más, más bien vulgar, como si su inteligencia le hubiera abandonado. Pero él estaba más contento escuchando el despertar su corazón latir y sentir alegría y rabia y tristeza y amor. Se le olvidaron muchas cosas aprendidas y en la universidad decidieron posponer el título de profesor emérito.

- Tiene alzheimer, dijeron los que hasta aquel momento eran los suyos.

- Yo creo que se ha pasao de tanto estudiar, dijeron otros.

Pero a él, por primera vez, no le importaron las críticas. Respiraba hondo con el aire de las montañas , mientras conversaba con el pastor de aquel pueblo que empezó a ser el suyo.

El decía que no estaba loco. Simplemente había empezado a sentir y eso para él era como empezar a vivir. Y cambió los ensayos largos y pesados por la poesía que le hablaba del alma y de sus emociones.

Tomado del libro “Desde el corazón y la esperanza”, Editorial STJ, de Barcelona. Valentín Turrado

jueves, 15 de octubre de 2009

Nueva edición grupos de autoayuda

 SE CONVOCA  LOS GRUPOS DE AUTOAYUDA EN EL TELÉFONO DE LA ESPERANZA

Dado el éxito de convocatorias anteriores el Teléfono de la Esperanza en Badajoz convoca una nueva edición para este año, abriéndose el plazo de inscripciones.

DESTINATARIOS: cualquier persona con expectativas de crecimiento personal.

METODOLÓGIA: grupos de 10 personas, moderados por un coordinador. 8 o 10 sesiones de una hora y media de duración.

Los días y horarios son variados según el grupo.

COMIENZO: a partir de Noviembre.

INFORMACION E INSCRIPCIONES: en nuestras sedes de Badajoz en C/ Ramón Albarran 15, 1º Dch, llamando al 924 222940 en Badajoz o en badajoz@telefonodelaesperanza.org

Asociación del Teléfono de la Esperanza en Extremadura.

Teléfono de la Esperanza en la Tarde de Canal Extremadura

Teléfono de la Esperanza en Canal Extremadura

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martes, 13 de octubre de 2009

EL TELEFONO DE LA ESPERANZA ES RECIBIDO POR EL ALCALDE DE MERIDA

   El pasado Martes,día 6 de Octubre,una delegación del Teléfono de la Esperanza en Extremadura encabezada por el Presidente del TE en Badajoz ,Teo Martín,fue recibida por el Excmo.Sr.Alcalde del Ayuntamiento de Mérida,D.Angel Calle Gragera.En la reunión,que se celebró en un ambiente de gran cordialidad y calidez,los representantes del TE expusieron al Sr. Alcalde la intención de abrir próximamente en la capital de Extremadura una sede de la Asociación de Amigos del Teléfono de la Esperanza(AMITES),con la intención de promover la salud emocional en esta ciudad y su comarca.La idea fue acogida con gran entusiasmo por el Sr. Alcalde ,que se comprometió a ofrecer la ayuda que fuera menester para hacerla realidad,tanto personal como de la Corporación que preside.Acordamos la fecha del 19 de Noviembre para efectuar el acto de inauguración de la nueva sede de AMITES,donde contaremos con el apadrinamiento de D. Angel Calle que se comprometió a asistir al acto inaugural.Tras hacer un minucioso repaso a las actividades y cursos que realiza el TE y que próximamente ofertaremos a la población emeritense,dimos por terminada la reunión con el compromiso de una futura colaboración mutua.

Reunión Alcalde Mérida 6-9-09

Estranha Forma de Vida (Mariza)

lunes, 12 de octubre de 2009

T.E. en hacesfalta.org

 

Detalle de la experiencia. Es una experiencia de Teléfono de la Esperanza de Sevilla

-“Trini, llama al Teléfono de la Esperanza, cuéntales lo que te pasa” “Trini, llama otra vez, ellos te pueden ayudar”
Al cabo de los días, mi vecina dejó de llorar y entraba y salía con una sonrisa. ¿Qué le habían dicho? ¿Cómo sería esa voz mágica capaz de provocar tal cambio en una joven viuda? A mis 10 añitos esto me llevó a convertirme en una pesada "llamada silenciosa y cuelga". Esa voz amorosa y mágica me cogía el teléfono una y otra vez… ¿Quién sería? ¿Cómo sería? ¿Por qué lo haría?

Recién licenciada quise ser yo esa voz y así lo pedí a la persona que me atendió otra vez más por teléfono. -“Venga a hacer una entrevista con la directora”
Tan jovencita, recién salida de una enfermedad, tiré las muletas para pisar esta casa. La directora se informó de cuatro detalles de mi vida y, amorosamente, me preguntó qué quería hacer. Agradecida y humilde le contesté: -“Quiero ayudar, aunque sólo sea atendiendo el teléfono” ¡Pero so ignorante! ¡Si es lo más difícil y principal! me digo ahora.

Ya era parte del equipo, con una tutora de la que aprendí lo básico de una antigua centralita. A los pocos días… Riing, riiing… -“Cógelo tú" - “Pero ¿yooo?". Y con voz temblorosa la atendí. Habían puesto toda la confianza en mí y ¡Lo hice! ¡Di una cita con un profesional! Toda una proeza ¡Cómo comprendo los miedos y ansiedades del principiante!
Se inició así una etapa de aprendizaje positivo en mi vida:
Aprendí que una sonrisa, un toque en el brazo y un beso sentido es el mejor acto de bienvenida para una persona que aprecias.
Aprendí que expresar los sentimientos y sus razones es bueno para el alma y que todas las almas somos iguales.
Aprendí lo que es la verdadera compañía, y que la verdadera ayuda no es dar soluciones, sino hacer que el otro las encuentre.
Aprendí a hacer una innovadora “terapia de grupo” en la Champanería, donde los compañeros te daban una paliza psicológica para que espabilaras en tus asuntos compartidos.
Aprendí a sostener un llanto y darnos felices tartazos de Selva Negra en los cumpleaños celebrados en la sede. Incluso a meter a la directora en el maletero de mi coche y comernos sus deliciosas migas con chocolate.
Aprendí mucho de “mamá Rosa” y “papá Jesús”, unos “tutores” singulares para una juventud emprendedora que provocaba dolor de cabeza: ¡Queremos una cafetera! ¡Queremos una tele! ¡Un microondas! Y como niños mimados, siempre conseguíamos los caprichos. Pero también nos educaron en el compromiso y no faltaba turno por cubrir, noche de Navidad que compartir con el que se encontraba solo o evento donde el equipo era partícipe masivo y activo.
Aprendí lo que acerté en llamar “familia psicológica”, la plenamente elegida por mí, la que me aceptó incondicionalmente y que creyó en mis posibilidades, que me ayudó a crecer como persona.

El Teléfono de la Esperanza fue testigo de mi boda, de mis partos, de mis duelos, de todo lo principal e insignificante de mi vida. Aceptó que estuviera activa y que estuviera pasiva, haciendo turnos o criando niños.
Aprendí a no sentirme en deuda por haber recibido ayuda y a no esperar nada por haber ayudado.
Aprendí que mi ayuda era importante y bien recibida, mas no imprescindible en esta casa.
A dar, pedir y recibir en plena libertad y respeto hacia todos.
Aprendí y sigo aprendiendo de las personas que solicitan que les escuchemos y nos dicen “gracias” u otras cosas...

Entré hace ya 22 años como una voluntaria novata, un bebé de agente funcional, que tuvo la suerte de crecer y madurar en la filosofía, los valores y el amor de esta casa. Ya estoy crecidita, a lo alto y a lo ancho, por fuera y por dentro… aunque no del todo. Ahora soy yo una de las mamás de esta familia, mamá de aquellos que entran nuevos y tengo la oportunidad de guiar en el fascinante aprendizaje de la relación de ayuda.

Querida Familia:
Aquello que ves bueno en mí es sólo un minúsculo reflejo de lo que generosamente he recibido de ti, de este hogar.

T.E. en hacesfalta.org

Mas que Nada (Perpetuum Jazzile)

domingo, 11 de octubre de 2009

Historias de Gambia (II)

"MALA SUERTE, BUENA SUERTE, QUIÉN SABE..."

Los gitanos suelen decir que no quieren buenos principios para sus hijos, de tal guisa, lo que tenga que venir después será mejor y ya habrá pasado lo malo.

Si hacía caso a este dicho, que es más español que la ley de Murphy y mucho menos pesimista que ésta, mi viaje a Gambia se avecinaba interesante ya que mi llegada a este país estaba siendo de lo más complicada. Debí bajarme del avión con el pie izquierdo, si es que lo siniestro reporta mala suerte. Yo no creo mucho en estas cosas pero después de lo que me aconteció...

Golpe de calor nada mas abrir las puertas del avión, ésto era de prever; lo que no pudieron prever Marta, su marido Gabi y un buen número de compañeros de viaje, es que no apareciesen sus maletas en la cinta de recogida del aeropuerto. Yo de ésta me libré, pero no de la avalancha de "bumsters", que es como llaman los ingleses a los negritos del DOMUND, se me echaron encima al salir del aeropuerto, sentí la misma sensación que había tenido antes en las puertas del avión, pero esta vez no era un agobio térmico sino humano.

bumsters 3

Decenas de bumsters me atosigaban, hablando todos a la vez unas lenguas incomprensibles, me arrancaron prácticamente las maletas de las manos, entre ellos se las disputaban como los perros hambrientos disputan una presa. Antes de que pudiera reaccionar, ya las habían metido en un taxi verde. Tan verde como me encontraba yo en estos momentos. Pero con el tiempo y las enseñanzas de mi amigo Gregorio, Goyo para los amigos, que es un viajero empedernido, yo también fui madurando y aprendiendo que los taxis había que cogerlos amarillos, como los mangos que por allá abundaban, los verdes costaban cuatro veces más. Como toda lección hay que pagarla, yo le di los quinientos dalasis pactados al taxista y éste me dejó a mi y a mis dos maletas ante un portón tan verde como el taxi. El hotel estaba cerrado. No podía creer lo que me estaba pasando. Me pellizqué para asegurarme que no era una pesadilla y realicé unas respiraciones profundas, de esas que te enseñan en las clases de yoga para que el karma, o lo que sea de la paz interior, se equilibren, pues estaba a punto de que me diera algo. Yo me decía para mis adentros: tranquilo, ésto seguro que tiene una explicación lógica, tu vuelve a sacar los papeles del hotel y comprueba si está todo correcto. Estaba ante las puertas del Golden Beach Hotel, era mi hotel, sólo que había un "pequeño" contratiempo: no podía acceder a él pues las puertas estaban cerradas. No aparecía nadie por los alrededores, ni había ciudad, ni calles, ni vecinos, nada, sólo la playa y mi hotel con las puertas cerradas.

mala suerte 2

Mi karma, yo no se a donde se me fue, pero comencé a golpear las puertas enérgicamente con la palma de la mano. En uno de los descansos para volver a coger energía y poder continuar descargando mi frustración contra la puerta, apareció un viejecito tras el postigo que con cara amable me dirigió unas palabras, creo que en inglés o algo así, después abrió las puertas invitándome a entrar, parecía tan asombrado como yo de que estuviera allí, pero mucho más calmado. Me invitó a compartir su té mientras intentábamos comunicarnos de alguna manera, pero resulta harto difícil cuando no se sabe ni mandinka, ni wolof, ni inglés, que era lo que él hablaba. El único recurso de que disponía era la mímica, pero con ese lenguaje, aunque es universal, el nivel de comunicación era muy superficial y no resultaba suficiente.

Entre té y té, con intervalos mímicos, tanto él como yo pensábamos en voz alta, cada uno en nuestra lengua, como el otro no nos entendía, teníamos toda la libertad de expresión, yo aprovechaba para echarme una buena reprimenda; me decía: "Lo ves, eso te pasa por no querer seguir los cauces normales de los turistas y montártelo por tu cuenta, ahora estás aquí con este anciano tomando té, te esperan catorce días con él y el hotel para ti solo, mientras tus compañeros de vuelo, tutelados por su operador turístico, estarán disfrutando en cualquier hotel con sus problemas resueltos". Para que no pareciese que el cabreo iba contra el otro, le lanzaba una sonrisa, a la que me respondía de inmediato con otra aún más grande, quizás con la misma intención.

Guardian hotel

Estaba yo en estos menesteres, cuando apareció por allí, milagrosamente, alguien que hablaba algo de francés; entonces comenzaron a resolverse mis problemas de comunicación y de estancia en Gambia. El anciano guarda del hotel, transmitió al gerente del mismo mi intención de marchar de inmediato a otro hotel que estuviera abierto y en pleno funcionamiento, no como éste que llevaba, por lo visto, dos meses cerrado al ser temporada baja.

Hotel 1

Como el error fue de ellos, me instalaron en otro hotel de categoría superior sin pagar ni un duro más, se encontraba en Kotu de Serakunda, uno de los mejores enclaves turísticos. Al final salí ganando.

Mala suerte

"Mala surte, buena suerte, quién sabe..."

Rafael de Tena, agosto del 2009