domingo, 25 de octubre de 2009

Historias de gambia (IV)

LA ISLA DE LOS ESCLAVOS”

Esa mañana, como de costumbre, Goyo, Teresa y yo, salimos del hotel para coger un yellow taxi que nos llevara, esta vez, a la capital de Gambia. También, como de costumbre, ajustamos el precio para evitar sorpresas a posteriori.

La isla de los esclavos 6

Media hora más tarde estábamos en el puerto de Banjul. Nos disponíamos a abordar el ferry que nos llevaría a la ciudad de barra, al otro lado del río, donde cogeríamos otro taxi para ir al poblado natal de Kunta Kinte, el famoso esclavo de la antigua serie americana que dieron por TV hace ya bastantes años.

La espera del ferry se dilataba en el tiempo por lo que lo entretuvimos negociando con unas vendedoras ambulantes una especie de blusones multicolores de esos que usan los nativos, pues de tanto verlos en sus cuerpos hasta nos parecían bonitos, o al menos exóticos. Pretendíamos comprarlos aún sabiendo que, a la vuelta en tu país, no te los ibas a poner nunca, a no ser que los usases como pijama; cosas del consumismo occidental...

La Isla de los esclavos

Llegó el barco tras hora y media de espera, derramó media África sobre la dársena. Parecían conejos saliendo de la chistera de un mago, el proceso no acababa nunca. El barco superaba más del doble su capacidad. Los viajeros que estábamos en espera, lo abordamos junto a los coches, cabras, camiones, maletas y demás enseres transportables. Cuando estaba a punto de soltar amarras, nos mandaron desembarcar. De nuevo comenzó el desfile de las mismas personas, coches, cabras, camiones, maletas y demás enseres transportables hacia tierra. No nos dieron ninguna explicación, pero obedecimos sin hacer el más mínimo gesto de contrariedad; nos limitamos a acatar la orden de la autoridad como es costumbre en África. Llevan siglos de contenida resignación y cuando explotan, mejor que no te coja por medio, todos sabemos de los conflictos africanos en Sierra Leona, Sudán, Ruanda entre Hutus y Tutsis...

la isla de los esclavos2

Por fin, nos recogió el siguiente barco, tras otra hora y media de espera, aquí el tiempo no cuenta. Durante la parsimoniosa hora de travesía, nos cayó el aguacero de rigor, estábamos en época de lluvias. Estos suelen durar entre veinte minutos y media hora. Llegaban como se iban, sin previo aviso, y mientras tanto, parecía que se abrieran las compuertas del cielo y cayera todo el agua que lo contenía. Lo bueno es que si toca mojarse no importa demasiado, el agua no está fría y después refresca al secarse sobre la piel.

Pasamos otra hora de taxi por pistas de polvo o barro, dependiendo de si había pasado por allí el chaparrón o no. Atravesamos varios poblados mandinkas, donde los niños al escuchar el motor del coche, salían en tropel a nuestro encuentro esperando recibir algún caramelo o bolígrafo.

Llegamos al poblado de Kunta Kinte, allí viven aún sus antepasados en octava generación y aprovechando esta circunstancia tienen preparado un centro de interpretación a cerca del problema de la esclavitud para explicar como fue diezmada la población de esta zona, hasta que 1.808 se prohibió la esclavitud en el mundo.

La Isla de los esclavos 4

Una vez instruidos sobre el tema, contratamos un minúsculo barquito de fibra de vidrio con motor fuera borda para visitar James Island, una isla en el centro del río Gambia, a mil quinientos metros de esta aldea. Allá pudimos contemplar las ruinas de una fortaleza prisión, donde los negreros iban almacenando los esclavos que capturaban por la zona para embarcarlos hacia América tras unos días en la isla. Este fuerte fue ocupado sucesivamente por portugueses, ingleses y piratas; algunos dicen que eran la misma cosa, pero yo no me atrevo... Hasta que en 1.825 se abandonó definitivamente, poco después de la abolición de la esclavitud. Ahora son unas ruinas que sirven de blanco a las cámaras fotográficas de los turistas, como los que acababan de llegar en un grupo de doce, sobre un cayuco tradicional de madera. Ellos, como típicos turistas que eran: llegaron, vieron, fotografiaron y se marcharon. Nosotros para profundizar más en el conocimiento o por rentabilizar mejor los dalasis invertidos en la aventura, prolongamos en exceso nuestra visita. El barquero comenzaba a inquietarse por momentos. Nosotros no éramos conscientes de lo que se avecinaba, pero él, que sabía interpretar los elementos en los cambios del clima, nos instaba a marchar cuanto antes. Por fin le hicimos caso pero ya era demasiado tarde. El tiempo cambió, como era habitual, en un abrir y cerrar de ojos: el viento cada vez era más fuerte y el oleaje aumentaba con él. Ya no regresábamos en un barquito sino en una cáscara de nuez con la que jugaban las aguas. La situación empeoraba de forma acelerada, ya no sonreíamos, ni charlábamos distendidamente como a la ida, nuestros rostros reflejaban la tensión del momento. El barquero intentaba, como podía, coger las olas de frente para no volcar, pero se le antojaba difícil la maniobra pues venía el viento de estribor. El violento oleaje nos balanceaba y nos hacía saltar sobre las aguas como a barco de papel.

Cómo estaría la situación para que mi amigo Goyo me dijera:

- “Reza, reza, tu que eres creyente”.

A lo que yo le contesté sin dejar de agarrarme al asiento del bote:

-“No hago otra cosa desde que embarcamos”.

En uno de los envites del agua, esta saltó por encima del barco, mojando las tripas del motorcito, que ni siquiera tenía carcasa para cubrirlo. El pobrecito atragantado se estremeció de muerte, resopló dos veces y expiró. Nos dejó huérfanos y a la deriva. También mudos, pues no nos atrevimos a pronunciar palabra, quizás para que no cundiera el pánico, pues cualquier palabra pronunciada en estos momentos no podía ser buena.

Sin nuestro motor, la corriente nos empujaba con violencia hacia el centro del río y de allí, derechos al mar. Nos encontrábamos a unos dos kilómetros de su desembocadura y una vez en el mar ...??? Todo esto, si no naufragábamos antes.

Así transcurrieron los cuarenta y cinco minutos mas largos de mi vida.

La Isla de los esclavos 7

La Isla de lso esclavos 5

Con la misma alegría que Rodrigo de Triana divisó el Nuevo Mundo, nosotros vimos acercarse al cayuco que anteriormente había regresado a los turistas. Se había dado cuenta que no llegábamos y acudió en nuestra ayuda. Tuvimos mucha suerte de que nos precedieran los turistas. Al pisar tierra firme nos abrazamos y sentimos haber nacido de nuevo.

Rafael de Tena , agosto de 2009

No hay comentarios: