Inés tenía siempre prisa, tanta que madrugaba antes de que el sol despertara con sus primeros rayos. Era trabajadora, inquieta y, sobre todo, rebelde. Se ponía de los hígados cuando las cosas no eran como tenían que ser. Bastaba un frío intenso, una nevada inesperada o una lluvia a destiempo, una mirada agria, para que se pusiera de los nervios. Sonados eran sus cabreos. El contemplar alterado su ánimo al ver que casi nada le salía tal y como había previsto, era algo frecuente.
Nadie dudaba de su competencia y de su profesionalidad, pero tampoco de su malhumor y sus continuas voces de disgusto interior.
“! Qué mala cara tienes ¡”, le decían sus amigas aquella tarde de primavera, mientras respiraban el olor pastoso de la contaminación de la ciudad.
- Es ansiedad, le dijo el doctor, cuando acudió a urgencias al hospital, llena de palpitaciones y ahogos. ¡Así no es sano vivir!.
Pero ella vivía así. Como podía, pero así. Agitada y nerviosa como las alas de las mariposas. Siempre en movimiento. Llegó a pensar que no había otra forma de vivir. Se creyó que la vida era una carrera alocada y con poco sentido.
- Solo quiero estar tranquila y en paz, era su petición cuando cada cumpleaños apagaba la vela encendida en medio de la tarta, bajo los destellos de las fotos de rigor.
Con el paso del tiempo le resultó difícil dormir la noche entera de un tirón. Hacer cola en un supermercado o esperar a que le tocara la vez en la consulta del dentista era garantizarse un esperado ataque de ansiedad, que solo lograba apaciguar con acompasadas respiraciones y el tranquilizante oportuno que llevaba siempre consigo.
- ¿A dónde vas corriendo?, le dijo un día la cigüeña del campanario.
- A ninguna parte, pero no sé hacer otra cosa.
- ¿Por qué no te sientas como yo , contemplas la ciudad y ves la vida pasar con armonía y calma?.
- Tengo vértigo. No puedo estar quieta.
- Mientras no te detengas no serás feliz.
- Y si yo me paro y me siento, ¿quién va a hacer girar la rueda de la vida?.
- No te preocupes, la vida va sola, como el agua, el sol o la luz. ¿Acaso haces algo tú para que aparezcan las estaciones, el cielo se llene cada noche de estrellas o tus pulmones encuentren el oxígeno necesario?. ¿Te parece poco no importunarla?. Y tantas y tantas cosas más.
Inés se hizo amiga de la cigüeña y cada tarde se reunían para hablar de esas cosas que a la mayoría de los humanos no les interesan. Cosas como el canto de los pájaros o como qué hacer para que el corazón deje de odiar o sentir envidia o cómo ver al resto de humanos como lo que son y no como lo que aparentan. Últimamente dialogaban sobre los sonidos de la bondad o la sonrisa. Juntas hicieron desvelamientos hermosos, que al llegar a casa Inés plasmaba en sus cuadros de colores vivos.
Así fue como aprendió a sentarse en un banco del parque y no hacer nada, ni punto siquiera, solo ver, mirar, contemplar, escuchar, reír, aguantar los chaparrones, abrirse a nuevas amistades y a reir. O sea, a no hacer casi nada.
Poco a poco descubrió que su corazón latía más lentamente y que la vida tenía un ritmo más cadencioso del que hasta ahora había llevado. Y dio gracias a lo Alto, porque disfrutaba cada instante y lo bebía como si fuera una eternidad, como desde siempre hacían las cigüeñas en el campanario.
Tomado del libro “Desde el corazón y la esperanza”, Editorial STJ, de Barcelona. Valentin Turrado
1 comentario:
me llamo blanca y a mi me esta pasando lo mismo que a la cigüeña no se que hacer lloro me la paso asustada angustiada corro no me puedo estar sola por favor ayúdenme vivo en bogota Colombia
Publicar un comentario