domingo, 18 de octubre de 2009

Historias de Gambia (III)

"EN TIERRA DE NADIE"

No tuvimos que esperar mucho para estar en un continente donde el tiempo no cuenta. Con diez minutos de retraso se presentó en el vestíbulo del hotel nuestro taxista: Fuyi, un joven de veinticinco años que hacía honor a su nombre, alto y fuerte como su homónimo el famoso volcán japonés. Fuji no sabía español. Bueno... algo sí, de vez en cuando, abría su tremenda boca y enseñándo sus blancos dientes nos decía: "De puta madre" y soltaba de inmediato una sonora carcajada de satisfacción, como si hubiese hecho una gran proeza lingüística.

Nos disponíamos a pasar la jornada completa en Senegal una pareja española y yo. Ellos son turistas poco convencionales, ni siquiera se consideran tales, sino más bien viajeros permanentes, sobre todo Goyo, que ni en su trabajo deja de viajar. Suele decir: “El turismo es la última plaga que Dios, si es que existe, nos ha mandado para castigarnos de nuestros pecados de modernidad.

Había que salir temprano para no encontrar mucha aglomeración de personal en la frontera sur de Gambia con Senegal.

Pasamos a recoger a nuestro guía, Kalifa. Este, sí que sabía idiomas: cinco, perfectamente, y con otros tres se defendía bastante bien. No sé como podía caber tanto contenido en tan poco continente, pues era tan delgado que como no se acercara de frente no lo veías, pues su perfil parecía una fina tabla de ébano. Simpático y agradable como él solo, su español perfecto. Es natural si se tiene en cuenta que nació y vivió en España hasta los trece años. Qué mala suerte la suya. Se lamentaba amargamente de que su familia nunca más pudo regresar a España, pues olvidaron renovar los papeles de residentes antes de salir de vacaciones. Menos mal que había encontrado aquí un buen trabajo de guía, gracias a sus conocimientos lingüísticos y al buen hacer del cónsul español.

Pasamos la frontera enseguida puesto que sólo estaban dos coches delante de nosotros, había sido buena idea el madrugar.

Por la carretera se veían de continuo controles militares, esto se debía a que la guerrilla separatista del Movimiento de las Fuerzas Democráticas de Casamance (MFDC) operaba por esta zona sur del país. A pesar de ello, nosotros nos sentíamos tranquilos, nos habían dicho que no solían molestar a los extranjeros para no tener una mala imagen internacional, no éramos ni el objetivo ni el instrumento de su lucha.

Como era de esperar, la vegetación y el paisaje en general, no se diferenciaban gran cosa de los que habíamos dejado en Gambia, pues los dos países tienen un mismo clima tropical y una misma etnia: mandinkas y wolof. Pero sí se notaban diferencias en cuanto el desarrollo, al menos esta zona sur de Senegal es más pobre que Gambia, no tiene turismo ni , afortunadamente, bumsters que te atosigan continuamente.

Pasamos la mayor parte del día en Casamande, capital de esta región, donde pudimos compartir con la población; era gente amable y simpática. Comimos la comida típica del lugar: arroz cocido con una carne de res en salsa de cacahuetes en un típico restaurante del lugar. Las cervezas eran gigantescas 75 cl., pero venían bien con el intenso calor que hacía. Después visitamos el mercado artesanal, donde compramos algunas telas teñidas con tintes naturales de exóticos colores, algunas figuras de animales salvajes, hechos de diferentes maderas nobles.

De lo mundano pasamos a lo espiritual: entramos en la iglesia de San Antonio de Padua, templo de arquitectura colonial con pocas pretensiones artísticas, pues sólo podía exhibir como algo especial, una placa conmemorativa de la visita al mismo del Papa Juan Pablo II.

en tierra de nadie En tierra de Nadie2

Cambiar en tierra nadie3

A la vuelta ibamos parando en pequeñas aldeas donde los niños se acercaban de inmediato a nosotros. Los mayorcitos con diversión y asombro. Los más pequeños se escondían con miedo tras sus hermanos mayores o sus madres y si nos acercábamos demasiado, lloraban con pavor. Seguramente deberíamos ser lo más parecido al coco de sus cuentos infantiles.

En tiera de nadie4

Al pasar por otra aldea, algo más grande, vimos que había un gran revuelo en el centro de la plaza. A la sombra de un gran baobab, estaban eligiendo a las chicas mejor peinadas y vestidas del poblado. Había como unas veinte chicas wolof, vestidas con exóticas ropas hechas con pieles y demás adornos de la naturaleza, pero lo que más llamaba la atención eran sus peinados, algunos eran tremendos, de más de medio metro de altura o de anchura, imitaban peces, coches, perchas y las figuras más insospechadas.

En tiera de nadie 6

Continuamos nuestro camino hacia la frontera. Yo llevaba en la mano la cámara de vídeo, me gustaba ir grabando las curiosidades del camino. De pronto, al salir de una curva, nos mandó parar una de las mucha patrullas del ejercito que estaba en medio de la carretera. Nos hicieron salir del coche. El sargento llevaban una metralleta en una mano y con la que le quedaba libre me arrancó de la mía la cámara de vídeo.

• ¿Qué ha estado usted grabando?. Me dijo con rostro severo este militar que parecía estar al mando de un pelotón de cuatro soldados.

• Pues de todo un poco y de nada en particular: curiosidades turísticas. Le contesté.

• Ustedes nos han grabado a nosotros y a intereses militares. Nos quedamos con la cámara.

• Le aseguro que no, si me devuelve la cámara le puedo enseñar la grabación y verá que no se encuentran ustedes.

Nos cachearon, nos registraron el coche hasta el último rincón, no sé lo que buscaban, pero lo único que pudieron encontrar es el material escolar que íbamos a entregar unas horas más tarde en la escuela de la aldea natal de Fuji, nuestro chofer.

Una hora, nos costó convencerles de que no éramos espías o agentes que trabajasen para la guerrilla rebelde que operaba en la zona.

Miraron divertidos las imágenes de la cámara, especialmente cuando reconocían a algunas de las personas que habíamos grabado en el último poblado o en el mercado de Casamande.

Terminamos compartiendo con ellos unos cigarrillos, la alineación del Barça y en la despedida le hicimos entrega de unos bolígrafos del colegio de Santa Engracia (Badajoz) que les hicieron más gracia que una linterna-llavero que les quiso dar Goyo. Este detalle terminó por desarmarlos, no de sus fusiles, sino de su resistencia a dejarnos marchar. Fue una despedida a la altura de amigos de toda la vida.

Montamos en el coche y respiramos varias veces profundamente para que nos volviesen a cada uno nuestros órganos a su sitio, estábamos encogidos, nos costó un ratito sacar el susto del cuerpo. Digo ratito, pues la naturaleza en forma de pista de agua y barro rojo, se encargó de poner nuestra atención en otro sitio: había llovido unas horas antes por allí y las ruedas patinaban en la arcilla encharcada, continuamente había que estar bajando del taxi para empujar. Así continuamos unos cinco kilómetros, pero nos parecieron cincuenta.

Por fin llegamos a la aldea. Nos recibieron en la plaza un grupo de niños. Nos dijeron que la escuela estaba cerrada, pues precisamente les habían dado las vacaciones esa misma mañana. Nos llevaron a casa del alcalde o alguien que ostentaba la autoridad de la tribu. Estaba sentado al fondo de una habitación oscura y alfombrada. A su derecha le hacían compañía dos paisanos de su misma edad, unos sesenta años aparentaban tener. Se sentaban en el suelo con las piernas cruzadas y con su mano derecha pasaban, una tras otra, las cuentas del rosario musulmán.

El jefe , tenía una posición hierática, no movía ninguna parte de su cuerpo si es que no era estrictamente necesario. Fuji, que hacía las veces de jefe de ceremonias e intérprete, nos precedió y arrodillándose ante él le besó las manos. Por su comportamiento de arrobo, nos dábamos cuenta que reconocía en él no sólo a una autoridad civil sino religiosa. Nosotros le acompañamos en lo que pudimos para no desentonar en el ritual y seguidamente pasamos a explicarle el motivo de nuestra visita. Nos agradeció mucho el presente educativo que le dejábamos para la escuela y nos pagó con unas retóricas palabras sobre la paz, la concordia y la amistad entre los pueblos. Después Fuji le pidió su bendición y él imponiéndole sus manos sobre la cabeza elevó al cielo una plegaria. Nosotros para teminar ese ritual, entre diplomático y religioso, fuimos dándole la mano e inclinando levemente la cabeza. A los otros dos paisanos sólo la mano.

Ya en la calle, nos hicimos fotos con los niños, nos despedimos de ellos y del poblado dándoles algunos caramelos.

Llegamos a la frontera de Senegal que estaba llena de vehículos en espera de la sellada de pasaportes. Como el calor era muy fuerte, para no deshidratarnos, compramos unas botellas de agua que consumimos en un abrir y cerrar de ojos. Como la espera se hizo larga, pues estuvimos allí más de una hora, volvimos a por otra remesa del líquido elemento. Ya por fin nos sellaron los pasaportes y pudimos salir pitando. Cuando llevábamos rodado medio kilómetro “por tierra de nadie”, mandé parar el coche, pues con tanto agua bebida la naturaleza no perdonaba. A toda prisa me alejé un poco de la carretera, sin otro objetivo que desaguar. Cuando estaba en mitad de mi alivio, oí un grito que venía del coche:

• ¡No te muevas, por Dios, no te muevas!. ¡Mira despacio a tu izquierda!.

Yo me quedé inmóvil, petrificado, lo único que se movió en mi fue el pensamiento. Imaginaba a mi izquierda cualquier tipo de animal salvaje a punto de saltar sobre mi. Por fin me atreví a mirar lentamente y lo que pude ver fue un cartel con la siguiente leyenda: “Campo de minas”.

El grito me había asustado, pero la lectura del cartel me cortó el pis en seco.

Con las prisas de la meada, me había metido en un campo de minas entre las dos fronteras. Las habían puesto para que no pasasen los rebeldes del MFDC de Senegal a Gambia.

Me temblaban las piernas, la cosa era seria. Los amigos me aconsejaron que retrocediese sobre mis pisadas, pero eso se me presentaba harto difícil ya que la hierba y hojarasca, habían impedido el dibujo de mis huellas en el suelo. Yo fui poco a poco intuyendo donde había pisado con anterioridad y así hasta llegar a la carretera. Por esta vez, me había salvado.

Esta aventura peligrosa que me sucedió entre Gambia y Senegal, puede parecer extraordinaria, digna de ser relatada, pero no se crean, es más común de lo que imaginamos en nuestro mundo de hoy.

No hace falta encontrarse entre dos países sobre un campo de minas, para que estemos en una situación similar. Hoy nos encontramos en “Tierra de nadie” en muchas ocasiones, por ejemplo cuando pretendemos ser igual de amigos de dos personas enemigas entre si, del agresor y su víctima, de los miembros de una pareja que acaba de separarse, cuando decimos que “luchamos” por los pobres y vivimos como los burgueses, cuando criticamos a los americanos y vivimos como ellos... y tantos y tantos casos que podría seguir relatando ininterrumpidamente, pues la incoherencia es mucha, pero la inconsciencia y la estupidez lo son más.

Los “modernos” de ahora, piensan que colocándose en “Tierra de nadie” están más protegidos, más seguros, está, pemsando en ellos los otros no les importan demasiado ninguno de los dosO a lo mejor lo hacen para no equivocarse, o por eso de que en el medio está la virtud, la equidad, el no favoritismo, pero la realidad es que no les importan demasiado ninguno de los dos, sino tomarían partido. Pretenden vendernos una imagen de “Buenismo-relativista, que es lo que se lleva ahora. Cuando en realidad lo que hacen, es esconder una actitud cobarde como la de Pilatos, según nos cuentan Los Evangelios.

Todos sabemos que los extremos absolutos no son buenos, pero tomar partido por algo o por alguien, no quiere decir que sea extremista, es simple y llanamente dar la cara, es ser coherente contigo mismo, con tu pensar y tu sentir, que cuando te levantes por la mañana y te mires al espejo te reconozcas, te veas limpio, estando donde y con quien quieres estar y si una de las partes se enfada, pues... ¡qué le vamos a hacer!, que reflexione, a lo mejor tiene que cambiar.

Pero, si con el tiempo o con un buen argumento nos damos cuenta que estamos en el lado equivocado, pues a cambiar de lado, y “no pasa nara”, como dirían los nativos de Gambia. Esta sí es una postura valiente: reconocer humildemente que estábamos errados y pasar a luchar al otro bando con la misma vehemencia que antes. Esto es crecer como personas, no chaqueterismo, que si viene de posturas egoístas.

Basta ya de espíritus tibios cargados de medias tintas, pues pretender “Estar en “Tierra de nadie” es estar en un equilibrio inestable, te puede salir bien en algunos casos si consigues engañar a las dos partes o si en uno o los dos lados hay alguien tan ignorante o estúpido como él o como ella (veis ahora me pongo yo en el medio, para quedar bien con los dos géneros), pero en otros muchos les explosionan las minas bajo sus pies, como me pudieron explosionar a mi cuando estuve en “Tierra de nadie”.

Rafael de Tena, agosto de 2009

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