- Se pasa la noche llorando, doctor y ya no sabemos qué hacer. Su padre y yo estamos desesperados. Y el recurso de ponerle a la teta cada vez que llora, tal y como nos ha aconsejado la convecina Patricia, ya no funciona. ¿Qué podemos hacer?.
María estaba angustiada, con la angustia de quien se ve cansada y sin recursos . ¡Qué largas y duras se le hacían las noches ante los llantos del chiquillo¡. El crío no encontraba alivio en nada, pero ella tampoco.
- Le voy a dar unas hierbas dulces, que le van a venir bien. Tiene la tripa dura, con los gases se le infla y le duele. Eso es todo y se pasa con el tiempo. Y para ti te aconsejo que tomes unas hierbas de valeriana fermentada. Hay mucha en la parte rocosa del monte, la dejas macerar en agua y la tomas al acostarte. Te ayudará a estar más tranquila.
A los tres meses al niño ya no se le ponía la tripita dura. Pero se llenó de granos hasta por la cabeza, con unas pequeñas bolsitas de agua. Después fueron las paperas, las calenturas de cada cambio de estación, las caídas jugando a los más inverosímiles juegos. Una vez estuvo más para allá que para acá. Aunque parezca extraño, el barrio entero le daba por perdido. Yo no sé si fueron las oraciones, los brebajes del galeno o un algo que se yo qué, misterioso, inaudito, pero el chiquillo un día despertó, después de unos días infernales, y pidió de comer.
Fue un niño muy parecido a como hoy puede ser Alberto, Santi o Ana. Malo no era, no, pero sí algo travieso y protestón. Le ponía enfermo que el profesor castigara a toda la clase por las fechorías de un solo compañero. Solo le vimos pegarse una sola vez: cuando el matón del grupo se mofó de Albert, el deficiente del pueblo. Parecía descompuesto dando patatas y manotazos. Y al final se echó a llorar, cuando todos ya se habían marchado, y acompañaba a Albert a su casa. Tampoco soportaba las mentiras, aunque yo creo que eso le venía de la cartilla que le había leído desde pequeño su Tío Zacarías:
- La verdad siempre, aunque sea dura.
De superdotado nada de nada. Era, eso sí , de los que traían los deberes hechos y estudiaba para sacar nota si a Anastasio, el maestro del pueblo, no se le cruzaban los cables. Participaba tanto en clase que sus amigos le llamaban el “preguntalotodo”.
El trato que tenía con su perro Teo llamaba la atención. ¡Cómo si fuera su amigo!. Se entendían por miradas, por señas y por silbidos. ¡Cómo me gustaba a mi verle silbar!. Iban juntos y solos los sábados, después de la misa hebrea, al monte y no volvían hasta la hora de comer. ¡Cuántas veces no tuvo que salir su padre a buscarlo porque no regresaba a tiempo y la comida se le enfriaba!. La gente decía, yo esto no lo vi, que con Teo hablaba de cualquier cosa, pero sobre todo de Dios. Se decía que le contaba que el corazón de Dios era más grande que el de Talía, la mujer más buena del pueblo y que su inteligencia superaba con mucho a la de Josafat, el rabino de la comarca. Y Teo se quedaba quieto, como quien parece que escucha algo importante.
Cuando había que buscar gente para colaborar en las cosas comunitarias, como barrer las calles, preparar las fiestas de Pascua o empedrar la plaza de la sinagoga, él siempre estaba ahí, dispuesto como el que más y , ¡cuántas veces!- dando ánimos y cantando desaforadamente. Para la juerga también era de los primeros.
“Un creativo”, dirían hoy los publicistas, por su facilidad para crear cosas o provocar la atención de su gente.
“Jamás imaginamos, nos dijo muchos años después, su amiga del alma, Perlita, que detrás de aquel compañero, se escondía alguien excepcional, con una mirada mágica y unas manos tiernas como el pan de trigo. Encendió una vela que ningún jerarca será capaz de apagar y abrió un camino que lleva a la felicidad, a la dicha y a la solidaridad. !Nosotros no nos imaginábamos.. “.
Pero él , entonces, tampoco sabía quién era....
Enviado Por Valentín Turrado
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