“LA FIESTA NACIONAL”
Si fuésemos turistas al uso, hoy sería un buen día para no salir del hotel y disfrutar de sus comodidades, pero como no lo somos, los tres turistas al desuso allá que salimos a la aventura.
Hoy más que nunca, el día se presentaba difícil pero interesante, pues se celebraba en Gambia el día de su Fiesta Nacional. Este veintidós de julio no era un aniversario más, era el quince aniversario de la subida al poder de su presidente Yahaya Jammed, que tomó el poder como mandan los cánones dictatoriales, con un golpe de estado, no iba a ser menos.
Los días previos a la fiesta, se iba notando un gran movimiento en las calles, estaban haciendo los preparativos del gran evento. Engalanaban la principal avenida de la capital. En medio estaba colocado el horroroso arco de triunfo, tan hortera como el que lo mandó erigir quince años atrás. Yahya quería conmemorar el comienzo de su tiranía.También lo adornaban con banderas y símbolos patrios.
La representación internacional llegaba, a la cabeza Muammar el-Gaddafi, presidente de Libia, había venido cuatro días antes y como es su costumbre, traía un gran aparato logístico. Tenía aparcado varios aviones en el aeropuerto. Infinidad de agentes de seguridad junto con su exótica guardia personal de amazonas lo protegían en una majestuosa jaima instalada en un recinto blindado de Kotu, muy cerca de la zona turística.
Mas de trescientos vehículos, todo terreno, de lujo habíamos contabilizado el día anterior. Pululaban de acá para allá preparando la seguridad del desfile. Estaban numerados en el parabrisas delantero, esto les permitiría una perfecta coordinación y que no hubiera el más mínimo fallo que pudiera mermar la seguridad de ambos presidentes.
Eran las nueve y treinta minutos del día “D”, cuando Teresa, Goyo y un servidor, atravesábamos la primera linea de batalla en la puerta del hotel, pero los bumsters no salían a nuestro encuentro. ¡Que raro...!.¿La ya larga experiencia de fracasos les habrían hecho darse por vencidos? o quizás sabían que hoy no nos iba a ser posible coger un yelow taxi en la carretera principal y esperaban en la retaguardia el dulce sabor de la venganza, ¿quién sabe?.
Bajo un sol que derretía las piedras, esperamos infructuosamente que nos recogiera algún taxi, los pocos que pasaban iban llenos. Después de casi una hora de espera, viendo como pasaban hacia la capital todo tipo de transportes cargados de gente hasta los topes sin que ninguno parase, comenzaba a resquebrajarse nuestra moral , empezábamos a sopesar la posibilidad de retornar a terreno enemigo y claudicar en los brazos de los bumsters, pero por no ver sus caras de satisfacción, aguantamos un poco más.
Nuestro tesón fue recompensado, a veinte metros de nosotros paró un autobús para recoger a alguien vestido de verde, el color oficial del régimen. Ese autobús, como el resto de transportes del país, hoy trabajaba gratuitamente llevando personal al magno acontecimiento. Le pedimos que nos llevara. Como respuesta, una negativa; es que no cabía ni un alfiler más, estaban ubicadas doscientas personas donde debían estar cien. Además éramos turistas y no íbamos de verde; vamos que debieron pensar que esta no era nuestra guerra. Pero Goyo que tiene recursos para todo y más cara que una hucha del DOMUND llena de calderilla, sacó, no sé de donde, una banderita verde que ondeó al viento y con el dedo índice de la otra mano señaló hacia su solapa, donde lucía una plaquita conmemorativa con la foto del “Presi”. La exhibición de tales argumentos acabaron con la resistencia del chofer, pasando a ingresar de inmediato en las filas del ejercito de adeptos mercenarios al presidente Yahya Jammeh.
Media hora duró el trayecto, si dura cinco minutos más, estos tres turistas no llegan vivos. El espeso olor a sudor húmedo por tanto cuerpo apretujado y la falta de oxígeno en el interior del vehículo nos iba asfixiando poco a poco. Pero por fin llegamos hasta donde podíamos llegar en autobús, a las afueras de Banjul. Caminamos como pudimos entre el gentío que se agolpaba en una marabunda humana, verde y ruidosa. El presidente en un alarde de ego generoso había entregado a su pueblo millones de metros de tela verde con su foto estampada, así es como se pudieron confeccionar los trajes para la ocasión. Con el dinero de su pueblo se hacía publicidad gratuita.
Enseguida nos dimos cuenta que no era posible acceder a las inmediaciones de la tribuna presidencial. Queríamos ver de cerca la ceremonia, el desfile y a su presidente presidirlo; desistimos. Decidimos que la mejor opción era quedarnos en la retaguardia y participar desde dentro, estar entre el gentío, charlando y fotografiándonos con las agrupaciones que llagaban constantemente de todo el país.
Estaban representadas todas las fuerzas vivas y de producción de Gambia, menos el turismo, pero allí estábamos nosotros para remediarlo. Había pescadores, agricultores, la muy escasa industria, el comercio, la enseñanza con sus diferentes niveles, el deporte...Precisamente charlábamos con este sector, un equipo de fútbol de primera división, los Escorpios de Banjul, se llamaban, cuando se oyó un cañonazo. El reloj marcaba las doce en punto del medio día, era la señal de comienzo del desfile. El ejército hizo una cadena humana para contener a la población sobre las aceras y de repente las agrupaciones se colocaron en formación.
A ritmo de marchar militar dio comienzo el desfile.
Nosotros que de inmediato debíamos abandonar la calle para, en plan pasivo, verlos pasar, nos miramos y sin mediar palabra, pues no había tiempo para ello, decidimos tomar parte activa; se nos estaba presentando una oportunidad única y no la podíamos desaprovechar.
El turismo le pidió permiso al deporte para desfilar con él, este tras una solidaria encogida de hombros le abrió un hueco. Nos colocamos en formación junto a ellos, en la penúltima fila. Éramos unas cuarenta personas. Ellos: todos jóvenes, negros, altos y fuertes, iban arropados con sus enseñas nacionales. Nosotros: tres blanquitos, menos altos, menos jóvenes, y menos fuertes, estábamos en medio de esa negritud, vestidos con nuestros uniformes de colorines, guiris auténticos. Vestíamos pantalones cortos, camisa o camisetas multicolores y una gorrita de sol a la que habíamos adherido en su frontal una insignia presidenial a modo se salvoconducto. En nuestras espaldas portábamos las mochilitas de rigor, donde llevábamos: un bocadillo de queso derretido para reponer fuerzas en un momento dado, la botellita de agua mineral para no sehidratarnos, repuestos de baterías para los equipos multimedia, el pasaporte, la guía Lonely Planet u otra que cuenta las mismas mentiras que esta, una cartera o monedero con algo de dinero, clines...En la cintura, las fundas de las gafas de sol y del móvil. Al cuello las maquinas de fotos y vídeo en sus respectivos estuches... o sea : todo un arsenal, si en lugar de ser turistas temerarios hubiésemos sido terroristas suicidas.
A los comienzos del desfile mi preocupación no era excesiva, pues estaba convencido de que en cualquier momento, alguien de seguridad se acercaría a nosotros y con más o menos amabilidad, nos invitaría a abandonar la formación, pero el desfile avanzaba y avanzaba, y nosotros allí seguíamos intentando no perder el paso, a pesar de que el ritmo del corazón se descompasaba con el de los pies por la creciente taquicardia que nos aumentaba conforme nos acercábamos a las tribunas.
Pasamos el arco de triunfo, nuestra blanca piel brillaba más que nunca por los efectos de la crema solar y el contraste con nuestros compañeros de formación. Se nos distinguía a una legua.
Los equipos de seguridad del presidente y de Muammar el-Gaddafi, se movían vigilantes de acá para allá. Vestían unos trajes negros, pinganillos en las orejas y tras unas gafas oscuras de sol nos seguían unos ojos que no perdernos de vista. Pero ya era tarde para intervenir sin que se notase, estábamos en medio de la gran avenida ante las cámaras de televisión que retransmitían el acto en directo y toda la prensa apuntaba con sus objetivos. Si nos sacaban por la fuerza, tendrían que asumir públicamente los fallos de seguridad, aquellos que presumen precisamente de todo lo contrario. Era más aconsejable aparentar que todo estaba bajo control, pero la realidad era muy diferente, habíamos pasado todos los filtros de seguridad y estos tres turistas les estaban metiendo un golazo por toda la escuadra, nada más y nada menos que a los equipos del presidente de Gambia y de Libia. Seguro que alguna cabeza responsable habrá rodado por los suelos. Espero no estar hablando literalmente.
Como decía, el desfile avanzaba y nosotros con él, la adrenalina nos subía hasta los límites donde puede subir y en nuestro interior se mezclaban sentimientos muy fuertes y contradictorios: euforia, nerviosismo, miedo, preocupación, heroicidad... Teníamos la sensación de estar viviendo algo único, irrepetible. Eramos el blanco ( nunca mejor dicho) de todas las miradas: del público que acudió al desfile, de los telespectadores de Gambia y Libia, por lo menos, de todo el cuerpo diplomático allí presente en la tribuna, y como no, de los dos presidentes.
Los representantes de los diferentes países iban poniendo cara de asombro conforme pasábamos a su altura, no dejaban de hacer comentarios con sus respectivas esposas o lo que fueran. El embajador francés hasta se descubrió al vernos, retiró de su cabeza el típico kepis, gorrito que corona el rancio uniforme colonial francés, en un gesto inconsciente de asombro o quizás para decirnos: ¡chapeau!. Pero los que abrieron los ojos como platos fueron dos mandos de la Guardia Civil a los que habría mandado Zapatero para instruir a la policía del tirano. Estos debieron quedarse de piedra al comprobar que los tres turistas que caminaban en formación eran compatriotas suyos. Mi amiga Teresa sin poder contenerse al pasar a su lado, descargó toda la adrenalina acumulada con un grito patriótico que le salíó del alma:
-¡Viva la Guardia Civil!
Goyo, que no tiene miedo a nada, pretendía sacar de su mochila la máquina de fotografiar para inmortalizar el momento, yo le hice desistir, resultaba demasiado peligrosa la maniobra, los de seguridad nos vigilaban de continuo y podrían interpretar que íbamos a sacar alguna pistola o bomba, era más sensato mantener los brazos en alto, bien visibles, y con ellos ir saludando al pueblo y a su presidente. Al pasar a su lado nos devolvió el saludo juntando ambas manos. Quizás con ese gesto, estaba agradeciendo lo que hace el turismo por su país, no olvidemos que representa el sesenta por ciento del P.I.B. y por tanto, debería estar representado también. Estos tres turistas locos o insensatos acababan de hacerlo, el turismo quedaba reivindicado en la Fiesta Nacional.
Ya habíamos dejado atrás al presidente y a su homólogo Muammar el Gaddafi que se pasó todo el desfile repantingado en un sofá situado justo detrás del presidente Yahya. Iba impoluto con su túnica blanca, su chal marrón y sus sempiternas gafas de sol. Estos déspotas cuanto más sucios son por dentro, más limpios van por fuera.
Por la forma de sus miradas, veíamos que la guardia de seguridad se iba relajando, se les debió ir evaporando la idea de que fuésemos terrorista. Nos debieron seguir de forma discreta algunos de ellos, por si acaso, pero no fue perceptible por nosotros entre tanta gente.
Nos quedamos compartiendo un rato con nuestros compañeros de desfile, los deportistas, nos intercambiamos teléfonos e imails, por si hubiese que volver el año que viene, si es que no nos relevan otros turistas y tuviéramos que participar de nuevo en el desfile de los Dieciséis años de Prosperidad y Desarrollo como señalaban las leyendas publicitarias.
Acabado nuestro cometido, continuamos con nuestro trabajo de anónimos turistas, disparando las cámaras fotográficas y sudando como pollos.
¡ Qué sufrída es la vida del turista...!
Rafael de Tena , agosto del 2009
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