Éramos veinte o tal vez treinta
los que habíamos llegado ávidos
en busca de palabras
que aliviaran nuestras almas.
Rostros desconocidos
miradas inquietas bocas silenciosas.
Era tanto el silencio que podíamos
escuchar las pisadas de las arañas
que montaban y bajaban formando
sus redes con sus hilos invisibles.
Sillas frías y duras aguantaron
con ternura nuestra pobre humanidad.
Don Jesús y Teo.
hombres elocuentes que no paraban
de contar anécdotas y experiencias
del “Teléfono de la Esperanza”.
Conócete a ti mismo –nos decían–,
mientras pasaban las horas rápidas
y silenciosas devoradas por el tiempo
como espectros ambulantes;
o como la llama de una vela
que se extingue
en medio de la noche.
Nos embebimos unánimes
en la contemplación y escucha
de aquellos hombres que con sabias
palabras nos hablaban;
éramos observadores reflexivos…
Nuestros ojos brillaban y los oídos
escuchaban atentos cada infamia
que los fantasmas del pasado
habían hecho con los niños del ayer.
Dinámicas, mesas redondas,
y talleres llenamos;
mostrando en ellos como dijo Don Jesús:
“una radiografía completa
del cuerpo y del alma”.
Los más osados salimos al frente
y compartimos experiencias.
Temblando y llorando;
tratando de vencer con palabras
los horrores que paralizaron
desde siempre el niño atropellado
por padres ignorantes de verdades
y respetos.
Cada uno con suaves palabras
contamos los miedos anclados
que como fétidos miasmas
habían marcado para siempre
nuestros seres inocentes.
Muchos de los que estábamos allí
habíamos conocido las puertas del infierno;
estábamos a punto de morir
con la desesperación en alma,
buscando remedio en el descanso eterno
de la tumba.
Éramos cadáveres ambulantes,
cargados de harapos infectos,
veteranos del vicio, pálidos, y aniquilados
de fatiga.
Hasta que un día por azares de la vida
o por las búsquedas interminables
que hacíamos, cayó en nuestros corazones
la semilla de trigo;
cambiando así nuestras vidas.
Poco a poco fuimos encontrando la luz
como faroles en medio de la noche
que iluminaron el camino;
sacándonos de las entrañas de la tierra
al sol del medio día...
Entonces se produjo el milagro:
comenzamos a volar como gaviotas
que rozaron con sus alas
las crestas de las nubes;
y miramos desde arriba,
hombres, mujeres, y niños
que iban y venían como zombis
por caminos trazados no por ellos,
si no por mentes enfermizas
necesitadas de luz que iluminaran
sus senderos
Es por ello hermano
que hoy te dedico mis versos
y te invito a cantar y a volar conmigo.
¡Canta, vuela, cantemos el himno de la esperanza!
¡Tú serás el Pájaro Pinto que por los aires vuela!
Dame un abrazo, despidámonos de corazón
ya que con el alma de sentimiento muero;
tú volaras conmigo y miraras el azul del piélago,
el mismo que te servirá de espejo a tu alma…
Agradecimientos especiales:
A Don Jesús y Teo por su viaje desde España, a la semilla plantada, y a esa piedra blanca símbolo del nacimiento del «Teléfono de la Esperanza”
A Mireya, Lourdes, y Liliana, por haber tenido la paciencia de contactar el grupo. A Lady, su esposo, y las salas del Hotel Ibis.
Agradecimientos cariñosos:
A Ana, por su sonrisa suave, suavísima. A Leo, el más joven del grupo y sus deseos del salir adelante. A Vanessa y sus lágrimas como torrentes de lluvias que no son otra cosa que la liberación de su alma. A Almudena, por su libertad, realidad y a esa complicidad que tuvo conmigo.
A Lola y a Fernanda con sus maletas desde Zúrich. A los hermanos de Lady y su virgen de la Puerta de Otuzco. A Cristina y sus ojos como estrellas titilantes en el cielo, y a su sonrisa divina. A Álvaro Luna, que al final de la tarde nos sorprendiera a todos con sus versos. A Mireya, con sus ojos celestes y sus cabellos como cascadas de cobre.
A Bárbara y su acento Chileno. A Esther y su mirada serena. A Lourdes, y su discreción. A Arturo y sus chistes desplazados. A Martha y su acento Mexicano. A Mary Carmen y su flamenco. A Juanito por haber cantado con nosotros el Pájaro Pinto.
Agradecimientos también a todos aquellos que olvidé sus nombres.
Otros agradecimientos:
Por las pausas de café caliente y los Croissants que mitigaron hambres atrasadas; por el video del gusanito y la mariposa volando; por las pizzas y la comida china; por las risas y comentarios que se alzaban en la sala; por las llamadas de Teo y Jesús con la palma de sus manos, que como a niños nos hacían entrar del recreo; por las lágrimas, por los adioses, por el canto del Pájaro Pinto, por la ronda cogidos de la mano, por la noche que cayó suave, suavísima; por las carreras al metro para llegar a casa, y por último; por las promesas de volver a encontrarnos y seguir cultivando la semilla de la esperanza…
Matallana María Edith
1 comentario:
Muy bonita narración y experiencia.
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