“El abuelo es aquel hombre que tiene plata en su pelo y oro en su corazón”
Todas las culturas han valorado a los mayores como depositarios de la sabiduría, el conocimiento y la experiencia que se transmite de generación en generación.
Hoy, en las sociedades occidentales, tocadas por el desarrollo, con altos niveles de vida y esperanza de vida más larga, se sobrevalora más a la juventud, capaz de adaptarse a un mundo cambiante. La cual, en muchas ocasiones, se ve obligada a una mayor producción en su trabajo, lo que le genera estrés. Esto, no solo que va en detrimento de la calidad del trabajo que realiza en su empresa laboral, sino que tiene una repercusión emocional muy negativa en su persona.
Las novedades tecnológicas acortan la duración útil de las cosas, y también de las ideas, los valores y los principios. Ahí los mayores ya no tienen el puesto que les corresponde. Sus historias no pasan de ser, eso, batallitas. La mecánica social asocia la cota de los 65 a inactividad, retirada, apartado o soledad.
Personalmente, considero que esto último, es un error. Es algo que la sociedad y nuestros educadores nos han contado, y nosotros simplemente nos lo hemos creído. (Hemos arrastrado ese paradigma).
Pero también es verdad que envejecemos con más años, el estado físico y anímico del jubilado es mayor, superior, al de antaño. Aunque bien es cierto, como sabemos, que influirá mucho más la calidad de vida que la persona haya llevado, que los años en sí. Ese margen de vida pasiva es, por tanto, más largo y mejor, por lo que debería ser, también más gratificante.
El abuelo/a, o la persona que haya alcanzado la edad de su justa jubilación después de una larga trayectoria profesional que ha representado casi toda su vida; debería tener, total libertad de movimientos para realizar aquello que más le apetezca en su vida, (Se lo ha ganado). Pero vemos que en muchos casos no es así; y aquí es donde algo está fallando.
A mediados del siglo pasado, nuestro país entró en una época de desarrollo industrial, lo que nos condujo a una mayor calidad de vida. Hasta ahí, todo parece estar bien. El problema empezó, cuando una sociedad de desarrollo como la nuestra, basó su economía en la especulación.
Ello originó que muchas familias empezaran a llevar un nivel de vida por encima de sus posibilidades. Por lo que gran número de familias, se vieron obligadas a tener trabajar ambos cónyuges para seguir manteniendo el nivel de vida que habían elegido.
Todo esto, tiene su repercusión como muchos sabemos, en los abuelos. Los cuales al contemplar estas circunstancias familiares, se ven implicados, por no decir obligados moralmente, a ayudar a sus hijos; con la finalidad de afrontar el bache económico que se le avecina a la familia.
El problema radica en las familias que tienen niños pequeños. En este caso, la familia se encuentra en un dilema: ¿Qué hacer?
Trabajar para vivir, o vivir para trabajar……….
Es cierto que cada familia y sus circunstancias son muy diferentes, y que la solución aplicable no sería la misma para todas. Cada persona o cada familia, entiende la calidad de vida, de una manera muy diferente.
Hay familias que entienden por calidad de vida, tener más ingresos económicos, otras tener más medios materiales, y otras por ejemplo, disponer de más tiempo libre, o disfrutar con los suyos de las cosas sencillas de la vida.
Llegado a un punto familiar, en donde la economía no es suficiente para mantener lo que se considera necesario. Las familias deberían preguntarse o elegir. Entre tener una vida familiar más rica en general, disfrutando de las relaciones familiares con sus hijos en el día a día, y tener menos ingresos familiares, o sacrificar esto último para obtener más ingresos, que en la mayoría de los casos no van destinados a la manutención de la familia, sino a la adquisición de objetos que en verdad no necesitamos y que la sociedad nos vende a través de los medios de comunicación.
Bien es cierto, que hay muchas familias, que trabajan ambos cónyuges por necesidad; pero es cierto también, que hay otras muchas, en las que quizás no fuera del todo necesario, que lo hicieran.
Es encomiable la labor que están haciendo actualmente los abuelos, en cuando a la dedicación a sus nietos. Ejerciendo como padres por las dificultades laborales de éstos, su asistencia a la universidad, su dedicación a tareas de voluntariado, la educación de los pequeños en casa; su sabiduría sirve muchas veces de orientación y cohesión familiar. Hay que reconocer que constituyen una gran riqueza desde el punto de vista humano y social, o incluso espiritual.
Buscar el equilibrio perfecto y justo para todos, es difícil. La actual crisis económica nos afecta a todos; y a las familias más que nunca.
Por eso, a los abuelos, nada de colocarlos en esa “zona de aparcamiento” y menos aún hacerles sentirse como una carga familiar. El desarrollo moderno de la sociedad debe prestarle especial atención para evitar su marginación frente a esa mentalidad individualista, a esos “nuevos modelos de familia” y a ese relativismo generalizado que debilitan los valores fundamentales del verdadero núcleo familiar, porque lo hacen intrínsecamente sobre el propio ser humano.
Siempre se ha dicho que la educación de los hijos les corresponde a los padres como tal, y no a los abuelos. En este sentido, la labor de los abuelos debería ser de apoyo, experiencia y ayuda, pero nunca de sustitución a los padres.
Es cierto que los tiempos han cambiado, y que tenemos que adaptarnos a las circunstancias en todos los ámbitos de la vida; pero no necesariamente al ritmo ni a la forma en que nos lo impone la sociedad. Es decir: debemos ser libres y lo suficientemente lúcidos, para escoger lo que en verdad es mejor para nosotros y lo que mejor le conviene a toda nuestra familia en general, a fin de que nadie salga perjudicado, aunque al final no se tenga tanto dinero.
El dinero es un bien necesario para vivir. Pero en verdad, no es importante. Le hemos dado un valor que no le corresponde, lo verdaderamente importante, somos nosotros, (las personas).
Esta sociedad consumista en la que nos movemos, nos ha vendido la idea, de que el dinero lo es todo en la vida, de que es el objetivo; y no es cierto.
Nos han colocado la idea de que el dinero está por delante de las personas, (tanto tienes, tanto vales), este concepto, más tarde o temprano caerá por su propio peso, y nos daremos cuenta de nuestro craso error.
Nuestra sociedad actual, y los medios de comunicación en general, tienen adormecida la voluntad del hombre, haciendo que no desarrolle su conciencia intrínseca, como verdadero ser humano. Consiguiendo así que en muchas ocasiones no emplee su escala de valores en el aspecto humano.
Los Abuelos son un ejemplo de ello. En muchas ocasiones, estos se convierten por desgracia, en una moneda de cambio. Viendo como sus hijos se convierten en esclavos del dinero y sacrificando no solo sus vidas, sino también la de ellos.
En la actualidad el hombre ya no emplea al dinero, sino que es éste quien le ha convertido en su propio esclavo.
Todos sabemos que el dinero no da la felicidad, aunque ayuda a conseguirla. En realidad, la felicidad no radica ni en el dinero, ni en los bienes materiales, ni en las posesiones, ni tampoco en el hedonismo.
La felicidad es un estado interior de la persona, es una actitud, una forma de ver y de interpretar la vida, y de ver las cosas. Es disfrutar de las cosas sencillas de la vida en lo cotidiano, que en verdad es para lo que estamos destinados. La felicidad, es una cuestión de valores y de prioridades, pero la felicidad no es el dinero. El día que tengamos un verdadero problema, el dinero no nos sacará de ese problema, la familia, el amigo o la persona, si lo harán.
No hay peor muerte que estar muerto en vida…o dormido, como millones y millones de personas que tienen sus necesidades básicas cubiertas, y a pesar de todo, en lugar de hacer algo por trascender y trascenderse, prefieren seguir dormitando.
Los abuelos son un “tesoro”: la experiencia.
No se puede proyectar un futuro sin hacer referencia a un pasado rico en experiencias significativas y en puntos de referencia moral y social. Es ese “tesoro” que prescindir de él, supondría adoptar actitudes casi suicidas en este mundo tan cambiante, donde parece que todo lo que no sea revolucionario carece de atractivo y de utilidad. Reconozcamos su valor porque está más cerca de la admiración que de la gratitud, de la que de ambas estamos en deuda con ellos.
Decía Teresa de Calcuta que “no hay mayor pobreza que la soledad” y yo pregunto…¿pero para quién?.
LUIS FERRER
COLABORADOR DEL TE