El Teléfono de la Esperanza acaba de cumplir 40 años. Por razones profesionales, como director de su órgano, la revista AVIVIR, antes Sociedad-familia, he tenido ocasión de conocer de cerca esta admirable institución.
El Teléfono de la Esperanza, fundado en 1971 por Serafín Madrid, es una ONG de acción social y cooperación, cuya misión es ser una entidad de voluntariado pionera en la promoción de la salud emocional y, especialmente, de las personas en situación de crisis individual, familiar o psicosocial. Está presente en 25 provincias españolas, en Oporto (Portugal) y en 11 países de Latinoamérica. También está funcionando en Zúrich (Suiza) y en Londres (Reino Unido), como recurso de ayuda para el numeroso colectivo de hispano-lusohablantes y está muy adelantado un centro similar en Miami (EEUU).
Pero lo que me interesa destacar aquí es la figura de Serafín Madrid, cuya biografía Hortelano de Sueños (Paulinas), de Gloria Díez, he tenido la satisfacción de prologar y presentar, junto al arzobispo emérito Antonio Montero; uno de los hermanos de Serafín, Pedro Madrid; José María Jiménez, vicepresidente del Teléfono de la Esperanza; y la propia autora,. hace unos días en Sevilla.
La historia que se cuenta en este libro tiene muchas semejanzas con la paradoja evangélica. Un chico de pueblo hijo de campesinos, que pierde joven a su padre y se convierte con sólo dieciséis años en el hombre de la casa. Con una madre especial, querida y admirada de sus vecinos, llamada Leoncia, una “María” que se arremanga, que estira el puchero y abre con amor la exigua cacerola a los pobres; que unge de fe y esperanza las frías noches de invierno. Hasta que aquel hijo, llamado Serafín, simpático y con madera de líder, pero al mismo tiempo reservado y misterioso, como el Jesús adolescente, decide marcharse contra todo pronóstico, dejando novia, familia y campos por arar. Ni tiene estudios para ser cura ni pretende serlo.
A partir de entonces en todo romperá los esquemas. El hermano no-sacerdote arrastrará con su ejemplo al sacerdocio a sus tres hermanos. Y el grano de mostaza se convertirá poco a poco en árbol hasta cobijar con una enorme osadía a gentes necesitadas y obras increíbles. Su fuerza, su genialidad no está en los títulos, las aulas, las bibliotecas, las órdenes sagradas, las instituciones. Como en los relatos del Evangelio, a su banquete se sientan los desharrapados y lisiados, mientras él lo vende todo por el tesoro escondido, lo único que en realidad importa.
Y descubrimos el genio creador, la libertad y osadía de Serafín, que crea de la nada. Nunca deja de ser hermano de San Juan de Dios en su carisma inicial de sanador y enfermero, de una u otra manera al pie del lecho del dolor, aunque lo expanda, lo acreciente y casi lo refunda. Pero al mismo tiempo se manifiesta el religioso libre, el creador, el profeta que, sin perder sencillez, aparece como hombre de carácter, intuitivo y auténtico, lo que, como es inevitable, le proporciona dolorosos choques, incomprensiones, celos y amarguras por parte de los que se aferran en todo tiempo al inmovilismo institucional. Me llama la atención la mezcla explosiva entre un carácter reservado y fuerte, a veces exigente, con un corazón grande, amable, provisto de un aura muy magnética, que atrae discípulos, seguidores, personalidades de su época y sobre todo gente de la calle.
De forma que, a pesar de no haber sido ordenado sacerdote, todos se resisten a no llamarle padre. Porque padre no se es por la unción sacerdotal - “a nadie llaméis padre ni maestro, porque uno sólo es vuestro Padre, que está en los cielos”-. Ni por desgracia a veces tampoco se es padre sólo por la sangre. Él en cambio, por haber tenido muchos auténticos hijos en el espíritu, fue de veras padre. Ahí están sus sanatorios, su Ciudad, su Teléfono de la Esperanza, su estela creativa, el árbol que ha cobijado y sigue cobijando a tantas aves.
Me llama la atención su modernidad, las fuentes de su espiritualidad, las personas de las que se rodeaba, como el padre Ruíz Ayucar, un jesuita “prohibido”, desterrado y obligado a no publicar entonces, por la inocente razón de haber defendido que el cristianismo es amor -¡qué tremenda osadía!-, aunque finalmente fue reconocido y hoy sus obras son accesibles incluso en la Red. Modernidad de utilizar los medios humanos, entre ellos la comunicación social, por entonces el periodismo escrito y radiofónico, el cine, o el teléfono, cuando el “móvil” no era tan siquiera un sueño. Quizás el nombre lo diga todo: Teléfono -es decir, modernidad, inculturación, tecnología punta- de la Esperanza, porque sin ella toda máquina, toda construcción humana es un cachivache. Es curioso que precisamente en una poderosa premonición hablando del futuro de su Teléfono aludiera al grano de mostaza. Un accidente de automóvil le cortó la vida prematuramente, pero no el progreso y crecimiento de sus intuiciones hasta hoy.
Pero sobre todo cautiva su fe. No una fe de estampas y agua bendita, sino de compromiso con el hombre real. La peripecia de hombres como Serafín sólo puede verse bien desde el corazón, como aseguraba la zorra de Saint-Exupery. O con la definición de mi buen amigo y colega, el sonriente José María Javierre cuando lo retrata como “un místico, con algo de poeta, que supo dar puñetazos encima de la mesa”. Buen contraste. Cuando alguien se escandalizaba de aquella agresividad creadora de este osado campesino de Dios, les soltaba: “Tengo la fuerza del que no quiere nada para sí”.
Tal fuerza eficaz y capacidad de ensueño necesita nuestro mundo dormido ahora mismo, entre los narcóticos de la sociedad del bienestar y la injusticia de vergonzosas y gigantescas desigualdades. Por eso, si leeís el citado libro, os lo aseguro, sentiréis como un respiro en medio del desierto, un poderoso encanto, quién sabe si el zureo inaprensible de las alas de Serafín.
Termino con el homenaje de este soneto, que, en catorce endecasílabos, osadamente pretende encerrar la labor de Serafín Madrid y la semilla de esperanza que ha dejado este hombre singular en nuestro mundo.
SEMBRADOR DE ESPERANZA
A Serafín Madrid
Con la secreta fe del campesino
que espera de la tierra y el arado
la promesa de un fruto deseado,
y cuelga de la lluvia su destino,
saliste de tu casa en repentino
anhelo de buscar en otro prado
uva pisada y trigo machacado
para alumbrar un nuevo pan y vino.
El dolor de los niños y la noche
en su abismo más hondo por la pena
de triste soledad en lontananza
encontraron en ti el gran derroche
de una joven ciudad, mas la serena
alegría que engendra la esperanza.
Pedro Miguel Lamet
lunes, 10 de octubre de 2011
40 años al teléfono, por Pedro Miguel Lamet
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