Tenía los ojos verdes, escondidos detrás de la timidez de su gafas, recordando a la primavera a punto de explotar. Eran como la hierba fresca y húmeda. Ellos no sabían de doblez. Solo de bondad.
Le citó, en aquel templado mes de abril , en la plaza Miguel de Unamuno. Se sentaron de frente en aquel viejo banco de piedra que de tantas confidencias había sido testigo. Los niños jugaban en el parque.
- Tengo tres hermanas y ningún hermano. Quiero que seas mi hermano. ¿Aceptas?.
- Sin apenas dejar terminar la pregunta, él dijo sí.
En el mes de mayo, en el recibidor de aquel viejo convento, en un clima tranquilo, sereno, hondo como el manantial más puro, ella se declaró:
- Me marcho a las monjas.
- Qué seas feliz, le dijo él.
No era una decisión precipitaba ni fruto de frustración o desengaño alguno. Se sentía cortejada.
No miento si os digo que atraída por alguien que le había pedido relaciones y noviazgo. Yo la vi más guapa que nunca, envuelta en aquel corazón grande como toda Salamanca entera. No olvidaré aquella diadema de colores con la que recogía su pelo y aquellas mejillas sonrosadas, que parecían que estaban encantadas.
Enviado por Valentin Turrado
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