sábado, 1 de mayo de 2010

La niña que quería la luna

Margarita era una niña abierta, simpática y juguetona. Sus padres la querían con locura. Con sus hermanos era habladora y mimosa. Como era lista,  en el colegio sacaba buenas notas y hacía los deberes con prontitud. Le gustaba ayudar a su madre a barrer la casa y a recoger los huevos de las gallinas. Con su gato jugaba a hacer trastadas, pero siempre discretas y a escondidas. Sin duda, era una buena niña.

    Pero, - ¡todas  las personas tenemos un pero!- se empeñaba en inventar juegos imposibles de realizar que siempre le salían mal, como bailar  peonzas sin pico, saltar gomas que no estiraban, colocar columpios en ramas de árboles finas y delicadas o tratar de saborear las cerezas antes de que madurasen. Esto le hacía sentirse inquieta y desdichada, aunque nadie se daba cuenta de ello.

    Cuando llegaron los Reyes Magos, además de las cosas de costumbre – una muñeca, una pizarra, pinturas de colores, guantes para la nieve.. – les pidió la luna. Cuando le entregó la carta al Paje Real éste quedó extrañado:
-    ¡Les has pedido la luna!
-    Sí, porque son Magos
-    ¿Y si te entregan a ti la luna, quién alumbrara la noche, cómo verán ellos para regresar?.
-    No lo sé, pero yo quiero tener algo imposible y eso es la luna. Nunca he conseguido coger con las manos una estrella y subirme a un caballo a galope ni pintar los colores de las mariposas con la misma perfección con que son en la realidad y he pensado que si tengo la luna, todo será posible para mí y cualquier sueño, cualquier ideal lo podré conseguir.
-    ¿Y si no te lo traen?
-    Me sentiré mal. Sufriré y lloraré mucho. Y sobre todo, dudaré que merezca la pena tener muchas cosas si no puedo tener mi mayor deseo.

Y aunque los Reyes son Magos de verdad,  por mas que lo intentaron no pudieron traerle la luna. Sus papás quedaron extrañados de que Margarita no valorase  los muchos regalos que había tenido y que ella de una forma agitada abriese regalo tras regalo y con inusitada rapidez los abandonara, en pos de una luna imposible de quitar del firmamento. Margarita enseguida trató de poner su mejor cara, pero dentro de sí creció una desilusión amarga: jamás podría tener la luna, jamás podría ser plenamente feliz y tenerlo todo.

Muchos años tardó Margarita en darse cuenta que hubiera sido peor para ella que los Reyes Magos le hubiesen descolgado la luna del cielo.

Enviado por Valentín Turrado.

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