lunes, 25 de marzo de 2013

VIVIR SANAMENTE EL PASADO

 

Dos historias de la vida cotidiana: Felipe está en tratamiento psiquiátrico por una depresión. Su discurso siempre es el mismo: recuerda con tristeza los años de infancia y juventud y los malos tratos que recibió de su padre alcohólico. Insiste: “tengo la imagen de mi padre golpeándome con el cinto, que no me deja un instante”. Aunque ha conseguido una buena posición económica y social y tiene una familia con tres hijos maravillosos y se siente querido y valorado por su mujer, su pasado enturbia su presente. No puede ser feliz.

En el otro extremo se encuentra Antonia: siempre preocupada por lo que va a ocurrir. Su hijo de dieciocho años no sabe si encontrará trabajo, a su marido, que lleva veinte años en la empresa teme que le despidan (aunque por el momento no hay ningún dato que indique que eso pueda ocurrir) y además se encuentra en un continuo sobresalto por el temor a que pueda repetirse una arriada que destruya sus campos de cultivo, que posee. Todas estas vivencias ocasionan un gran sentimiento de ansiedad y no puede concentrarse en la lectura y últimamente ha comenzado a tener insomnio.

Felipe y Antonia son dos maneras de vivir en función del calendario; uno permanece en el pasado y la otra quiere adelantarse al futuro. Ambos no viven el presente sino que están o en el triste pasado o proyectándose con ansiedad en el futuro.

El riesgo del pasado es que sea tan abrumador que paralice el presente o que impida un presente saludable. Así lo describe gráficamente Ionesco en una de sus obras, donde un hombre compra un piso nuevo y lo llena de muebles viejos, que prácticamente no deja sitio para caminar. Esto mismo ocurre cuando el pasado está omnipresente en el momento actual. Debemos, pues, aprender a seleccionar y saber soltar amarras para que el presente no se encuentre en el vacío ( sin historia) pero tampoco paralizado por el pasado.

El pasado de cada persona es el soporte del presente. Es más: el pasado es donde se fabrica el presente. Además cada pasado es intransferible: las experiencias, los hechos, las circunstancias que cada individuo ha vivido son irrepetibles y además propias. De alguna manera somos en tanto en cuanto hemos vivido, pero también en tanto en cuanto programamos nuestro futuro.

Sin embargo, aunque es cierto que no podemos vivir sin el pasado, no podemos quedar enganchados, como peces en una red, de las experiencias anteriores por muy traumáticas que hayan sido.

Los recuerdos, pues, como parte de nuestra existencia deben estar presentes en cada momento, pero no pueden ser las únicas fuerzas para seguir viviendo. “De recuerdos no se vive” se suele decir, pues provocaría anquilosamiento y retroceso psicológico. Es más, si eso ocurriera nos podría ocurrir lo que la Biblia relata de la mujer de Lot, que se convirtió en estatua de sal, es decir, que nos podríamos quedar petrificados en el pasado, sin opciones para progresar y crecer.

Vivir sanamente el pasado es rescatar aquellas experiencias que han servido como trampolín para el crecimiento psicológico y rechazar aquellas otras que han sido traumáticas y no han podido ser metabolizadas y aprovechadas para conseguir un equilibrio saludable.

Alejandro Rocamora Bonilla

Psiquiatra

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