sábado, 23 de marzo de 2013

¿HOJA DE RECLAMACIONES U HOJA DE AGRADECIMIENTO?

 

Hace unos días cenando con unos amigos surgió el tema de la necesidad de protestar, y dejarlo por escrito, cuando nos sintiéramos maltratados por un dependiente, un médico o cualquier funcionario. Alguien enfatizó la necesidad de exteriorizar nuestro malestar cuando algo nos molestara, pues esto potenciaba nuestra autoestima y fortalecía nuestros derechos ante los demás. La conversación derivó en mil y un ejemplo en los que los comensales expresaban su “valentía” al haber protestado ante el retraso del autobús, la atención en la consulta médica y en muchas más situaciones. Parecía como si el que más protestara o denunciara fuera más auténtico, más poderoso o más persona. En un extremo alejado de la mesa una mujer que hasta ese momento no había abierto la boca, dijo de forma sencilla: “Por mi parte, cuando acudo a un centro comercial o a un taller o a un hospital, etc. siempre que me siento bien atendida procuro recompensar a mi interlocutor con una sonrisa y además después hago una llamada al Servicio de Atención al Cliente del centro para expresar mi agradecimiento…” Se produjo un tenso silencio como si un extraterrestre hubiera entrado en la sala.

Hoy al recordar esta anécdota considero que hemos pasado de un asumir todo lo que nos ocurre (no protestar por nada, propio de una sociedad dictatorial) a protestar por todo (en una sociedad democrática). Esto último, considero que es sano: ser capaz de protestar y denunciar cuando consideramos que nuestros derechos han sido pisoteados, pero recordando la cena con mis amigos, considero que el mundo sería mejor, si junto a la Hoja de reclamaciones existiera una Hoja de agradecimiento, por el buen trato recibido.

Es más, imaginaos como sería el mundo si en la familia, en el trabajo, en la relación con los amigos, en el contacto diario con el panadero, carnicero o el barrendero de nuestro barrio, por poner solo unos ejemplos, existiera una Hoja de agradecimiento por la buena comida que nos ha sido preparada, o por la sonrisa con la que nos vende el periódico o la carne o el pescado o por lo limpia que está la calle, por poner solo unos ejemplos. Estaríamos en un mundo más humano.

Al finalizar la cena, donde había sido tratado con gran profesionalidad y con gran amabilidad, miré a nuestro camarero y con una gran sonrisa exclamé: “Gracias, por su agradable atención”. Entonces pensé que la revolución de la Hoja de agradecimiento había comenzado.

Alejandro Rocamora Bonilla

Psiquiatra

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