Cuento perteneciente a la colección de relatos telefónicos “Bebiendo Lágrimas”
(Hacemos constar que este relato es totalmente ficticio.Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia)
Parece absurdo, ¿verdad?, a mis años, llamando al teléfono de la esperanza, compartiendo cosas que parecieran de chiquillos. ¿O es que de pronto me he vuelto una adolescente atolondrada que no supiera qué hacer con su ya canoso corazón?. Le encarezco que no me pregunte, porque soy yo la que necesito vaciar mi intimidad sabiéndome acogida y escuchada. Que no es poco, se lo aseguro.
La cosa fue sucediendo lentamente, sin ningún tipo de planificación. ¿Usted sabe lo peregrino que resulta haberme visto sorprendida por una tormenta de afectos inesperados, yo que estoy casada y bien casada y con mis cuatro hijos ya creciditos?. En el verano de este último año, con la fresca – nuestra casa del pueblo reposa sobre una zona de montaña- se convirtió en costumbre salir a la puerta que da a la plaza, para disfrutar la brisa del atardecer. A los pocos días comprobé que a esa misma hora y por ese mismo lugar pasaba, recogiendo el ganado, un vecino de mediana edad que, aunque vivía en Madrid, vacacionaba ese mismo mes ayudando a sus padres ya mayores en las arduas tareas de la labranza. Primero fue un buenas tardes. Más adelante un trago de agua del botijo que llenaba del caño artesiano. Unas flores silvestres. Una parada para preguntar por mis hijos y mi marido. Un gesto de ternura con las dos manos, como a modo de bendición. Una mirada atenta y suave. ¿Quién es capaz de cerrar las puertas a tanta consideración, de no conmoverse?
Quiero que sepa que no pasó nada o pasó todo. Sí, a plena luz y a una prudente distancia. ¿Cómo olvidar aquel poema que me regaló el día diecisiete de agosto a las diez de la noche?. No pretendía embaucarme, lo sé. Creo que no procuraba nada de mí, salvo unos instantes agradables de conservación que no fueran superfluos y amorfos. Me deleitaba cómo movía sus manos y los ojos se le saltaban por los lados de alegría. Al menos eso me pareció a mí.
En el pueblo hay costumbre, cuando ya la noche está a punto de entrar en su lado más negro, hacer una caminata por el camino que acompaña al río en decrecida. Hay varios grupos de caminantes.
“¿Te importa que me una al vuestro?”. Sin darme tiempo a respirar le contesté que me encantaría. ¿Hice mal?..
Fueron veinte días maravillosos. Le hablé de cada uno de mis hijos, de la gran suerte que había tenido y seguía teniendo con mi pareja. El, bastante más joven, me habló de su compañera y de sus planes de futuro. Le aseguro que lo hacía con cariño, el mismo que yo ponía al hablarle de mi gente. ¡Qué encanto ver morir cada día y en esa muerte ver renacer mis propias emociones!. Me enamoré, ¿sabe?... ¿O no?..
Disculpe que me pare...Estoy confundida. A mi edad, con una vida emocionalmente confortable, satisfecha y.. ¡No sé qué hacer con lo que siento!. ¡No sé manejarlo!. ¡Dígame algo, por favor!..
Me resulta extraño que me diga que me entiende. ¿Cómo comprender a una mujer ya mayor encariñarse con..?. ¡Si es que no tiene sentido!.
¡No, no, por Dios!. Yo no lo he elegido y menos lo he buscado. ¿Sabe lo que me cautivó?. No fueron sus palabras lentas, suaves, cadenciosas, que parecía que acariciaban el discurrir pausado del agua perezosa del riachuelo. Sus gestos, eso fue. Sus detalles. Sin buscar nada. Sin pedir nada. Sin insinuar nada. ¿Usted cree que esto es posible?. ¿Qué alguien te acaricie el alma sin pago alguno?
Y ahora, ¿qué hago?. ¿Se lo cuento a mi marido, a mis hijos?. Me tildaran de loca, de vieja verde, de ver demasiadas películas o leer excesivas novelas. “¡Siempre has sido tan soñadora, tan romántica!”, me dirían.
Ya, ya.. Mejor me comprendo yo antes, si, si, antes de...
“¿Qué ojala fueran así todas nuestras relaciones interpersonales?. ¿Qué estamos poco habituados a bienamarnos?.¿Qué quién pudiera vivir cientos, miles, de esas experiencias?. ¿Qué por qué dudar cuando alguien nos trata con ternura y que sería más hermoso dejar de buscar tres pies al gato?...”
Pues sí.
Es verdad, no estamos, mejor, no estoy acostumbrada a ser tratada con cariño por personas extrañas y sospecho maliciosamente cuando alguien lo hace. ¡Cómo que no pudiera ser!.. He reducido el amor y lo he hecho estrecho, pequeño, raquítico, limitado al contorno de una pareja, de unos hijos.
Oye, me está ayudando a abrir horizontes, a mirar con agradecimiento donde antes sólo sentía culpa, a ampliar mi corazón y dejar que mis ojos se humedezcan, a dejarme amar y ser amada sin enredos.. Mis abrazos y mis caricias han estado muy limitados a un contexto familiar. Y ahora, veo, siento, percibo que..
¡Cómo le agradezco esta nueva visión, esta luz que se ha encendido en mi!.
Ya sé qué hacer con lo siento.
Valentín Turrado Moreno
Colaborador del TE
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