( Hacemos constar que el contenido de este relato es absolutamente ficticio. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia)
¿Teléfono de la esperanza?.
Cómo le agradezco encontrar una voz amiga con la que desahogarme. No es que pretenda que usted resuelva mis males. A estas alturas de la película, bien sé que las heridas necesitan tiempo para cerrarse. Es que me he quedado muy sola, ¿sabe?.
Todavía escucho las campanas de la iglesia tocando a funeral. ¿Y sabe quien era el difunto?. Mi marido. Se me parte el alma recordar su repicar lento y parsimonioso, porque el dolor es lento y se te mete poco a poco, hasta que te alcanza las entrañas. Crees que te abres en canal o que te partes en dos. ¡No sé si usted sabrá lo que es eso de que la vida te robe lo que más quieres y lo haga como a traición!.
A mi me pilló desprevenida. Me gusta, me gustaba mejor, jugar a la brisca, pero esa carta no estaba en mi juego de naipes. Al menos no estaba aún.
La muerte de mi marido me sabe a soledad, a tristeza. Cuando estoy sola no paro de llorar. ¡No sabía que tuviera tantas lágrimas dentro!. Me siento abandonada. En un país extraño. Como cuando mi madre marchaba al campo y me dejaba con los gatos y la nariz llena de velas sin encender.
Es la misma sensación. Te quedas ahí. Rumiando tu abandono. Tu falta de cobijo. El desanimo interior.
Desde que se fue no consigo dormir. Doy vueltas y vueltas en la cama sin amparo alguno. ¡Es que tengo frío!. No es cuestión de patucos. Bueno, siempre he tenido los pies como témpanos. Cuando él estaba los acercaba a los suyos y ese calor me envolvía, me tranquilizaba y así de una forma tan simple me quedaba dormida. Y ahora, ¿quién me va a dar calor?. ¿Qué pecho acompasará mis latidos agitados, nerviosos?
No me entienda mal, mi marido no era un hombre perfecto, de esos que todo lo hacen requetebien. ¡Qué también nos peleábamos cada vez que ensuciaba la taza del baño con su pis o cuando con un lamparón en la camisa quería salir a la calle o no quería acompañarme a la compra y subirme las bolsas y así muchas más cosas!. No, el mi marido no era un santo, pero sí el hombre que yo quería, ¿sabe?, el que yo quería....
Disculpe que me haya quedado callada, es que se me pone una pelota en la garganta, que no pasa, que no pasa y los ojos parecen dos arroyos incansables en su discurrir.
¡Qué bien me viene llorar!. Me alivia.
También apacigua mi alma esta fe que me acompaña, que hace que no me desgarre del todo ,siga haciendo la comida y no encerrándome en casa. Sigo saliendo al parque, como hacíamos los dos antes y me estoy planteando ir a acompañar a enfermos a través de alguna organización. Creo que aún puedo hacer el bien y yo recibir compañía e ilusión. ¡Que falta me hace!.
¡Dios mío, con qué pena me has dejado..!. No sé si no estaré incubando una depresión...
Vuelvo al principio; sentirme escuchada me ha dado
paz. ¡Si supiera cuanto he agradecido su silencio atento, su respiración que me llega a través de la línea y el ánimo que trata de darme a través de sus pocas pero dulces palabras!.
Sí, sí, ya le he entendido, que hay un taller para elaborar el dolor de la pérdida. ¿Cómo dicen que le llaman?. Eso es lo que yo necesito, elaborar el duelo. Antes la gente se ponía la ropa negra durante una temporada, hoy el negro lo llevamos por dentro y necesitamos clarearlo, ventilarlo, con palabras y con llanto...
Un día de éstos me paso por ahí, ¿de acuerdo?.
Gracias, maja.
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