Relato en primera persona del taller de autoestima, desde León
Acabo de terminar el taller de Autoestima y lo primero que me viene a la memoria es el día que estuve hablando, con mi hermana Choni, sobre el Teléfono de la Esperanza. Ella me comentaba que “el Teléfono de la Esperanza es un tiempo y un espacio para ser tú misma”. Esta definición me encantó, porque resume perfectamente lo que hemos vivenciado durante estos meses, que no es otra cosa que disponer de 90 minutos semanales para ser nosotras mismas. Este detalle que de entrada parece una nimiedad, sin embargo, no lo es. Al contrario, gracias a esos 90 minutos semanales, donde no se nos prejuzga ni prejuzgamos, hemos ido, poco a poco, disfrutando y saboreando las ventajas de reencontrarnos con nosotras mismas. Y creo que esta es la mejor forma para invitar a las personas a que dejen sus miedos, complejos, temores, frustraciones, etc.
En este taller de Autoestima, lo que más me ha gustado ha sido la evolución del grupo, y no me refiero tanto a la evolución personal (qué también), como a la complicidad que se ha creado entre nosotras. No sé si os acordáis de cómo eran las primeras sesiones. Al principio se respetaba el orden a seguir, es decir, primero los dos o tres minutos de relajación; después, comentábamos brevemente cómo habíamos pasado la semana y, para continuar, Mercedes dirigía la sesión repasando el cuadernillo de la semana. ¿Os acordáis de cómo fue el último día? Ese día, el grupo ya tenía vida propia y la sesión, lejos del protocolo, transcurrió en un tono de camaradería y compañerismo que no hizo falta, ni la relajación, ni el turno de palabra, ni el comentario detallado del cuadernillo...
En el taller, además de cuidar el espíritu, también hemos cuidado nuestro paladar. Por eso, el último día, como colofón, nos reunimos todas (en nuestro caso, nueve en total) para tomar un tentempié; nada importante, algo ligero y fácil de digerir. A saber, una superempanada, empanadillas variadas, una tarta de San Marcos (¡con dedicatoria para el grupo!, esto sí que es autoestima), tortilla, queso, chorizo, pan (que no falte), chocolate, pastas de te, rosquillas de naranja, pastas redondas tipo polvorón, agua, zumo... lo dicho, algo ligero y fácil de digerir.
En general, podría contar muchas anécdotas del grupo, siempre en positivo y con humor, por ejemplo, la explicación de Kachús del relato del abejorro (lo confieso públicamente, yo no lo había entendido). La sinceridad de María cuando comentó que no se enteraba de nada cuando yo explicaba algo. Como dijo Mercedes “¡qué auténtica eres María!”. Yo ensimismada en mi discurso y ella deseando que acabara (para mi fue toda una lección de humildad). El relato de Mercedes, la otra, de su reencuentro con una amistad de la adolescencia (¿quién no ha tenido alguna vez esa fantasía?). La aventura, vista y no vista, de Marisa con la pintura (¿quién no ha intentado, alguna vez, aprender inglés, a cocinar, a hacer croché...?), etc.
La complicidad, el tentempié tan ameno, las anécdotas... fueron posibles gracias a la generosidad de un grupo que, desde el principio, se implicó y no tuvo ningún reparo en hacer partícipe, a las demás, de sus momentos más personales e íntimos. Por eso, aprovecho esta página para agradeceros a todas los momentos que hemos compartido y a Mercedes, en especial, por su gran labor y por haber dejado que el grupo tuviese su propia vida. NOS VEMOS EN PRÓXIMO TALLER.
(Una persona del grupo)
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