“El abuelo es aquel hombre que tiene plata en su pelo y oro en su corazón”
Todas las culturas han valorado a los mayores como depositarios de la sabiduría, el conocimiento y la experiencia que se transmite de generación en generación.
Hoy, en las sociedades occidentales, tocadas por el desarrollo, con altos niveles de vida y esperanza de vida más larga, se sobrevalora más a la juventud, capaz de adaptarse a un mundo cambiante donde las novedades tecnológicas acortan la duración útil de las cosas, y también de las ideas, los valores y los principios. Ahí los mayores ya no tienen el puesto que les corresponde. Sus historias no pasan de ser, eso, batallitas. La mecánica social asocia la cota de los 65 a inactividad, retirada, apartado o soledad.
Pero también es verdad que envejecemos con más años, el estado físico y anímico del jubilado es mayor, superior, al de antaño. Ese margen de vida pasiva es, por tanto, más largo y mejor por lo que tiene que ser, debiera ser, también más gratificante. Libertad de acción, libertad de movimientos, menores responsables familiares, ningunas profesionales…y un “tesoro”: la experiencia. En cuanto se puede valorar la dedicación a sus nietos ejerciendo como padres por las dificultades laborales de éstos, su asistencia a la universidad, su dedicación a tareas de voluntariado, la educación de los pequeños en casa; su sabiduría sirve muchas veces de orientación y cohesión familiar. Hay que reconocer que constituyen una gran riqueza desde el punto de vista humano y social, o incluso espiritual.
Nada de colocarlos en esa “zona de aparcamiento” y menos aún hacerles sentirse como una carga familiar. El desarrollo moderno de la sociedad debe prestarle especial atención para evitar su marginación frente a esa mentalidad individualista, a esos “nuevos modelos de familia” y a ese relativismo generalizado que debilitan los valores fundamentales del verdadero núcleo familiar, porque lo hacen intrínsecamente sobre el propio ser humano.
No se puede proyectar un futuro sin hacer referencia a un pasado rico en experiencias significativas y en puntos de referencia moral y social. Es ese “tesoro” que prescindir de él, supondría adoptar actitudes casi suicidas en este mundo tan cambiante, donde parece que todo lo que no sea revolucionario carece de atractivo y de utilidad. Reconozcamos su valor porque está más cerca de la admiración que de la gratitud, de la que de ambas estamos en deuda con ellos.
Decía Teresa de Calcuta que “no hay mayor pobreza que la soledad” y yo pregunto…¿pero para quién?.
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