sábado, 6 de marzo de 2010

La esperada y necesaria revolución

 

A Justi este mundo no le gustaba ni una pizca. Era de los que pensaban que el agua siempre corre para abajo y que a los perros flacos todas las pulgas se le arriman.

Pero, ¿por qué tenía que ser así?. “Porque siempre lo ha sido”, le decían los mayores. “Pero las cosas pueden ser distintas”, insistía una y otra vez él.

Y tanto insistía a los demás que se lo acabó creyendo: “es posible un mundo de humanos, donde nos miremos a la cara como iguales y todos podamos realizarnos según nuestras posibilidades y capacidades”.

Leyó a gente como Carlos Marx, Bakunin , Roger Garuady y Ernest Bloch y en sus libros no encontró un mensaje nada diferente al de la primitivas comunidades cristianas, de las que habló Pablo de Tarso.

Se metió en un movimiento de Iglesia progre, de esos que apoyaban a Tarancón, al Obispo Iniesta , al movimiento no violento de Lanza del Vasto y se familiarizó con las comunidades de base. Creyó en la transformación desde dentro de la Iglesia y se desvivió por ello, dedicando días, semanas y varios años enteros a la causa del Reino. “Un eunuco por el Reino”, se decía en los ambientes parroquiales del barrio. Cuando recibió el aviso del Vicario Episcopal de que su lucha era política y que estaba haciendo un flaco favor a la comunión eclesial, después de sentir en la boca de su estómago un golpe bajo, decidió dedicarse de verdad a la política, ante la verborrea de la tanto sermón hueco y la lejanía de tantas sotanas del mundo real.

Apostó por el sindicato de clase. Asistió a sus reuniones, asambleas y organizó desinteresadamente un sin fin de protestas callejeras. En medio de tanto deseo de “ser un liberado”, él nunca aceptó eso que internamente se llamaba “prebendas” porque decía que al mundo obrero se viene a servir, a sacrificarse, a mostrarse como hombre nuevo y no a aprovecharse. Cuando vio dentro lo que nunca esperó ver y lo denunció en los medios de comunicación, le abrieron un expediente por “desacreditar públicamente la lucha sindical”.

Decididamente se metió en política partidista.”Desde ahí si que se podría cambiar las cosas y hacer un mundo más justo”, pensó. Trabajó con las ONGs y puso en marcha proyectos hermosos y saludables, de esos que dejan el corazón esponjado y dan a los ojos un brillo de satisfacción. Desde su puesto de concejal de participación ciudadana vislumbró un mundo de posibilidades a explorar. En el consejo que puso en marcha escuchó a la gente, fomentó el debate y la complicidad con las cosas de todos y soñó, soñó mucho con sus sueños lindos de antaño. Le ofrecieron medrar en el Partido, pero él tenía bastante con crear un pequeño espacio solidario y participativo. Mas que echarle, se acabó marchando él. Se fue cuando el equipo de gobierno votó a favor de aquel proyecto especulativo que él en conciencia se negó a apoyar. Entregó el carné y su acta de concejal porque su conciencia ética de soñador de mundos de justicia le impidió sumarse al carro de los vencedores, aunque esos vencedores se llamaran de izquierdas.

Y ahora qué, se dijo, una y mil veces. Y le llegó la crisis, esa por la que todos tenemos que pasar. “Es una depresión endógena”, diagnosticó el psiquiatra.

Durante dos años largos ni pudo ni quiso trabajar ni menos aún soñar. Se dejó llevar por las pastillas, el consumo reprimido durante años y la locura de las juergas nocturnas con sus borracheras hasta las tantas. Y ,en los largos ratos de soledad y desesperación, lloró, lloró como lloran los niños cuando se enteran de que el ratoncito Pérez son los propios padres y su mundo ideal se le viene abajo y creen que las cosas que le han dicho los mayores son todas mentiras. Mentiras los Reyes Magos. Mentiras lo que pides cuando en cada cumpleaños pides un deseo. Mentiras todos los deseos, ideales y utopías. Mentiras las palabras altas y elevadas como justicia, igualdad y bondad.

Justi perdió los motivos para vivir que hasta entonces tenía y dejó de creer en la revolución de los parias de la tierra.

¿Qué es lo que ha fallado?, gritaba una y otra vez en sus largas noches de insomnio.

Aunque parezca mentira, acabó encontrando respuestas, no se sabe si caídas del cielo o del infierno o surgidas de su propia necesidad sicológica de superar la zozobra.

- La revolución o el reino, o el nombre que cada uno ponga a sus mejores sueños de sociedad, no es posible con nuestros viejos rencores, resentimientos, rabias, malas hostias, injusticias. Así se revoluciona la tortilla, pero no se crea nada duradero. Solo de tripas nuevas saldrán estómagos nuevos.

Y se dedicó desde entonces a ser él así, creando nuevos espacios de concordia y salud dentro de sí mismo, que hicieran posible e inevitable un día lo esperado durante siglos por millones de seres humanos. Descubrió que el error de su vida había sido pretender hacer un cesto nuevo con mimbres carcomidas.

Aún así, lo de todos , siempre le siguió tirando.

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