A Fernand le gustaba madrugar, levantarse con los primeros rayos de luz, antes de que los animales empezaran a reclamar su comida diaria, sobre todo los monos, que eran los más ruidosos y exigentes.
Le hacía ilusión preparar el desayuno para sus dos amigos, Teo y Fila, a base de tostadas con aceite de oliva virgen extra y un café solidario de Nicaragua con leche semidesnatada. Todos los miércoles acostumbraba a dejarles junto a la servilleta de colores una pequeña historia, para hacer el día más agradable y hermoso.
Fernand no solo se reía encima del escenario, sino en cualquier momento del día. Sus carcajadas se oían desde cualquier caravana del circo. Su alegría parecía un pozo sin fondo y que nunca tenía fin. Igual que a otros le salen las voces o los gritos, a él las delicadezas y las sonrisas.
Sobre la arena del circo era una maravilla. Conseguía risotadas de oreja a oreja, con la misma facilidad que los leones producían temor o los elefantes respeto. Su número cada vez era más largo y deseado. Sin duda, el centro del festival . No solo hacía reír a los niños sino también a mayores y abuelos. Su éxito se basaba en la improvisación y la frescura. Ni sus propios compañeros sabían por donde iba a salir el ocurrente de Fernand.
Conseguía hacer llorar y siempre de emoción.
El momento estelar era cuando buscaba a una niña entre el público y la niña acababa saltando de alegría como saltan los canguros felices cuando ver llegar a su madre con comida tierna. El número terminaba cuando Fernand le daba un abrazo largo y sentido a la pequeña niña, la despedía de rodillas como a un princesa endiosada y todo el público puesto de pie gritaba: ¡Olé, olé, olé!. ¡Que hasta el circo entero parecía morirse de la risa!. Y no digamos cuando decía “hasta pronto”, se le caían los pantalones y se quedaba en aquellos calzoncillos verdes deshilachados...
El payaso Fernand se sentía el hombre más feliz de la tierra y lo más curioso es que su alegría era contagiosa.
Todos en el circo estaban extrañados de Fernand y pensaban que había gato encerrado. “¿Será la coca?. ¿Un amante?..”, eran las dudas y las apuestas de los corrillos.
Un periodista disfrazado le pidió compartir su vida una semana, viviendo en su propia caravana. El bueno de Fernand no pudo negarse.
A los quince días en el Dominical del País salió publicado un reportaje con el título: “El secreto del payaso que no para de sonreír”, con un amplio dossier fotográfico. El payaso Fernand se sorprendió al ver que el que firmaba el artículo era el mismo que había convivido con él la última semana.
“Quiero expresar, después de haber convivido con el payaso Fernand, durante una semana, que en su sonrisa no hay truco ni es un consumidor de coca u otros estupefacientes y que tampoco bebe.
Cada noche, como haciendo un descanso al sueño, se levanta a las 4 de la mañana, se sienta en el sofá y se queda quieto, en silencio, como si quiera escuchar a la noche, a los grillos y a las ranas.
Después se le oye llorar, como pequeños gemidos de un niño abandonado; al poco se calma y respira y respira, como llenando su cuerpo de cielo y de quietud y habla con alguien más allá de si mismo, pero como si estuviera allí mismo, sentado en el otro sofá y cuando ve que el sueño le vence se mete otra vez en la cama y así un día y otro.
Cuando le pregunté con quien estaba cada noche, me dijo a bocarrajo que con Dios.
Y os aseguro que no estaba loco o alucinado, al contrario es el hombre más lúcido que he conocido en mi vida.
Estar con él ha sido como convivir con un ángel luminoso o un ser humano total, limpio, transparente, abierto, de esos que crees que no existen sino en los cuentos o en los libros mágicos.
Me dijo que no contara a nadie lo que había visto, pero eso es imposible, es como si te enamorases y el mundo te pidiera que no hablaras de tu amor.
Me he convertido en un testigo de su secreto. No sé muy bien qué religión profesa o si es budista o seguidor de Mahoma, pero lo que sí sé es que estar a su lado te da ganas de vivir y de ser lo mejor de ti mismo”.
Enviado por Valentín Turrado
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