El ser humano es una entidad bio-psico-social, y, un ser en continuado e incesante proceso de aprendizaje. Tanto biológica como psíquicamente, como en su ámbito social, la persona dispone de unos recursos internos, y, unas potencialidades que se pueden sabiamente encauzar para el desarrollo de sí, y, la conquista de la madurez emocional, consiguiéndose de este modo, una mayor y más consistente libertad interior.
En última instancia, la vida tiene el propósito que cada persona quiera procurarle, y, podemos hacer de nuestras vidas un fiasco o un espacio de claridad y cordura.
Una vez que un ser humano ha conseguido satisfacer sus necesidades y motivaciones básicas y primarias, puede poner parte de su energía en otras finalidades de gran importancia. Así como las culturales, las artísticas, las humanas y otras de orden superior; contribuyendo así a su enriquecimiento como ser humano, y, cooperando como tal en el bienestar de las otras criaturas.
Así pues, una vez cubiertas las necesidades básicas, la vida se instrumenta como valiosa y poderosa herramienta, para ir cubriendo otras necesidades humanas muy esenciales y que colaboran en beneficio de todos. Pero para ello, como premisa imprescindiblemente, se requiere una aspiración o anhelo de auto-superación, y, por supuesto un esfuerzo adecuado o una debida disciplina para el cultivo de sí mismo y el desarrollo interior.
Si nos proponemos satisfacer motivaciones de orden superior, y, además, observamos una ética genuina (que nada tiene que ver con la moral convencional) y mejoramos nuestra calidad de vida no solo exterior, sino interior, estaremos cumplimentando el arte del noble vivir, y, estaremos logrando superar oscurecimientos de la mente humana (como la ofuscación, la ira, el odio, la codicia y otros) que tanto daño hacen a la persona y a la sociedad.
En una sociedad materializada hasta el extremo, y por tanto tan deshumanizada, será siempre muy bienvenida aquella persona que se entregue al auto-conocimiento y al perfeccionamiento de sí misma, porque solo con ese crecimiento personal, podrá colaborar así, a humanizar el entorno en el que se mueve, apreciando tanto los pasajeros éxitos externos, como también las conquistas y logros interiores, que son más permanentes.
Por fortuna, contamos con enseñanzas y métodos muy solventes para mejorar la calidad de vida interna, y de esa forma convertir el noble arte de vivir también en un arte de ser y mejorarse.
En una sociedad donde vivimos aceleradamente, donde todo tiende al robotismo y a la mecanicidad, si practicamos métodos como el “vivir el presente (aquí y ahora) haciendo más despacio todas las cosas cotidianas, es seguro que desarrollaremos una nueva conciencia”.
Esta nueva conciencia, hará despertar a nuestra verdadera realidad interior, y, nuestra personalidad conseguirá una mayor lucidez mental que derivará en un corazón más compasivo, no solo para los demás, sino también para nosotros mismos.
Así, el ser humano al hacerse más consciente, será más receptivo y podrá realizar muchos de sus recursos internos, superando la ofuscación de la mente y cooperando con su bienestar personal y con el desarrollo de la consciencia planetaria. Atendiéndose a sí mismo, se atiende a los demás. Al elevar uno la propia conciencia, hace una gran contribución a la elevación de la consciencia colectiva, donde hoy impera el impulso del aborregamiento y la ceguera.
Son la ofuscación, la codicia desmedida, el odio, (en definitiva todos los egos) las raíces de lo insano; los que tanta desdicha han desparramado por el planeta, hiriendo atrozmente a humanos, animales, plantas y la tierra misma. Todo aquello que hagamos por superar nuestro propio malestar interno, nos ayudará a mitigar el malestar general. No hay lámpara que pueda guardarse la luz para sí misma, y siempre la desparrama a sus alrededores.
La fama, el poder, el éxito mundano, las metas materialistas, los triunfos tecnológicos, los grandes alcances científicos, todo ello no puede, ni debería velar las genuinas cualidades humanas, como priman por desgracia en la actualidad. El hombre ha hecho de la insolidaridad su modo de vida, ignorando que a la larga eso se volverá contra él.
El hombre en realidad, ha perdido el rumbo de su verdadera vida, ha olvidado por completo el objeto para el que ha sido creado. Por regla general, no sabe dar sentido a su vida, ya que en muchas ocasiones no sabe lo que quiere, y hacia donde va. Ya desde su infancia, la familia y la sociedad, le inculcan los viejos patrones aprendidos de toda la vida, (paradigmas) y, en realidad este niño o este hombre, no innova; es decir, no desarrolla sus tesoros como persona, que en verdad son sus cualidades internas más genuinas, ya que el entorno social en el que se desenvuelve se lo impide.
El niño se siente impulsado a recibir una información materialista y competitiva que le ha sido impuesta, creyendo que es la realidad. Pero que en verdad, no es más que un plagio que la sociedad y la familia le han inoculado para su supervivencia. Todo esto, aparentemente podría parecer normal, pero no lo es; ya que en ello está el origen de todos los grandes males de la humanidad. El desarrollo del ego.
Con esa creencia adquirida por herencia, el hombre cree que vive separado, ignorando así al conjunto de sus semejantes. Este hombre no sabe escucharse, ni se conoce a sí mismo, ya que nadie se lo ha enseñado. No es que esté deshumanizado, es que en realidad es pobre como persona. Este hombre proyecta su vida tan solo para lo que le han programado, para acumular bienes materiales y tener su propia seguridad individual.
La familia aquí, juega un importantísimo papel. Aquella familia que haya inculcado valores a un niño desde su más tierna infancia, es la mejor inversión que puede hacer en su beneficio como persona para el resto de su vida, mucho más que todos los bienes materiales que le puedan proporcionar.
El apego a todos los bienes materiales, es un mal de nuestro tiempo. El apego a las cosas externas, en realidad no tiene más significado que el miedo y la inseguridad.
Una persona no vale más que otra por sus riquezas o sus posesiones, por muchas que posea. Pero si así se considera, no será más que una persona mezquina o un patán, y, por supuesto, un ser interiormente lleno de carencias emocionales y humanas, por mucho que trate de reafirmarse narcisistamente con su opulencia económica, o sus fatuas demostraciones de poder social.
Pero si aquel que tiene materialmente, no se satisface con solo seguir poseyendo en el plano de lo material, sino que se ocupa y preocupa por el desarrollo de sí mismo, (conocimiento y crecimiento personal) entonces, no convertirá su vida tan solo en un container de posesiones materiales, sino que complementará sus intereses cotidianos con otros en el ámbito del auto-conocimiento y el arte de ser. Una persona (por mucho que una sociedad enferma quiera engatusarnos haciéndonos ver lo que no es) no solo es lo que tiene, sino lo que en sí misma ella es:
“La más valiosa pertenencia, es tenerse a uno mismo”.
Enviado Por Luis Ferrer, Colaborador del T.E.
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