¡Qué bien se está aquí!. No me importa compartir la cueva con esta pareja de pobres enamorados. ¡Vaya barriga que tiene ella!. Está para parir. Conmigo también está Yoel, mi compañero de rebeldías. No ha sido fácil llegar. ¡Cuánta soledad, heladas y hambre!. Llegué a pensar que no merecía la pena ser libre y que era mejor bajar a la manada, donde la comida y el calor estaban asegurados. Cómo recuerdo el día en que dejé la comodidad y en un recodo del camino despisté a mis compañeras y a mi amo. “Hay otra forma de vivir, de sentir; arriba en la montaña hay fuentes más limpias y comida más fresca y tierna”, me había dicho la voz misteriosa. “Quiero ser diferente”, fue mi respuesta en aquella tarde de primavera.
Pero la alegría de los primeros pasos sin estela enseguida se trucó en malestar. El camino era nuevo, desconocido. Los ruidos, los aullidos y los cantos de las aves gigantes mi provocaron miedo y nerviosismo.. Las cuestas y los peligros de los lobos me hicieron temblar. En los años de soledad a penas encontré aguas puras ni comida fresca y tierna. En tres ocasiones estuvieron a punto de matarme y en otra yo sentí la tentación de despeñarme. Pensé volver atrás.
Maldije los sueños estúpidos, las ilusiones de los Sidhartas peregrinos. Maldije la voz misteriosa que un día me puso en camino. Maldije haber nacido. ¡Qué fría la soledad, qué amargo el miedo!. Te dejan ciego, sin horizonte. Lloré mucho. De angustia. De cansancio. Y lo que es peor, de desesperanza.
Cuando me encontré con Yoel – otro inquieto buscador- en su nerviosismo me reconocí. Llevamos cuatro lunas juntos y, desde entonces, hasta la noche parece menos negra. Cuando un día la naturaleza nos despertó en la medianoche él me habló de una voz misteriosa que le había traído hasta aquí. Los dos nos sentimos felices y bailamos hasta el amanecer el vals de los caminos locos e inciertos, sin pautas, sin normas.
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¡Qué bien se está aquí!. La mujer ya dio a luz. Se me pasan las horas mirando, sintiendo, escuchando el llanto agradable del pequeño, mientras su madre se pone algo nerviosa. Por fin le ha bajado la leche. ¡Qué silencio sonoro, qué vacío más lleno!. La mano de ese buen hombre no deja de acariciarme. ¡Ay, cómo mira la mujer al niño!. Esto es un cuento de hadas. ¡Qué pongan fin, por favor!. Me siento tranquila, sin hacer nada, tan solo dando calor. ¡Cuánto he bregado, Dios mío!. ¿Quién me iba a decir que en una cueva inesperada iba a sentirme feliz, sosegada, identificada con la voz misteriosa?.
El alboroto de los pastores cantando y bebiendo me dejó indiferente. Yo rumiaba y rumiaba felicidad y calma. “Ya ves, al final o mucho antes, los sueños se cumplen y las cosas llegan y encajan”, me susurró la voz misteriosa, como si fuera un vuelo de gorrión. Suspiré hondo y lo creí.
Cuando años después me reclamó aquel niño, hecho ya hombre, camino de Jerusalén y cuando me acarició con dulzura, recordé al buen hombre de la cueva y la paz que desde entonces me acompañó. Sí, es verdad, todo llega; no tengas prisa.
Después de aquel viaje me dormí plácidamente en las manos del Señor de las lluvias y las primaveras.
Tomado del libro “Desde el corazón y la esperanza”, Editorial STJ, de Barcelona
Enviado por Valentín Turrado.
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