sábado, 23 de enero de 2010

¿Por qué se empeña en ponernos una guía?

Recién ordenado sacerdote a Rafael le enviaron a un pueblo de la montaña, a más de seis horas a caballo de la villa importante más cercana. Allí, por primera vez, predicó el evangelio, a la docena de hombres y mujeres que cada domingo le escuchaban. Enseguida se hizo amigo de Eusebio, el Subnormal, así le apodaba la gente a este pastor de ovejas y cabras que una meningitis de pequeño le había dejado sin luces para la escuela. “No se moleste, D. Rafael, aquí no nos lavamos las orejas y por más que nos hablen no oímos y si oímos no entendemos”.

El joven cura insistía una y otra vez. “¿Sabéis como es el corazón de Dios?”. Pero nada. “¿Habéis visto la risa de Dios?”. Nada de nada. Tenía razón Eusebio, no había oídos.

Un día Rafael se metió en medio del concejo del pueblo para impedir que dos viejos se liaran a cachazos. Otro día visitó a un hombre enfermo que nunca pisaba la Iglesia, ante la murmuración general. Lo que le sacó de quicio era que la gente se burlara del Eusebio y le insultaran y le trataran como si fuera un perro.

El joven sacerdote estaba triste. Hoy se diría que tenía una depre.

Cuando en aquella tarde de primavera estaba tocando las campanas para la novena mariana, se presentó el Eusebio.

- Mire, D. Rafael,-aquí dijo una palabrota- ve ese nogal de la huerta del Atilano.

- Sí, es muy grande, le contestó el cura.

- ¿Sabe cuántos años hace que lo plantó el abuelo del Roque?. 52 años. (Eusebio, aunque la gente decía que era tonto, a sus 65 años tenía una memoria prodigiosa). Fíjese como su tronco está torcido. ¿Usted se atrevería a ponerle una guía para enderezarlo?

- Nóoo, le dijo sorprendido Rafael.

- ¡Pues por qué se empeña en ponernos una guía a nosotros!.

El joven sacerdote quedó confundido. Eusebio se marchó como siempre hacía, riéndose a mandíbula partida y bajando a todos los santos del cielo.

 

 

ENVIADO POR VALENTÍN TURRADO.

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