sábado, 10 de abril de 2010

"UN DOBLE VIAJE" II PARTE

 

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Apenas acabábamos de colocarnos en la retaguardia de la cola de nuestro tren, cuando se oye una voz por los auto parlantes. Lo único que pudimos entender era que hablaba una mujer. La calidad del sonido era pésima y el acento cubano muy marcado. Notamos que la información debía estar referida a nuestro tren porque el personal de nuestra cola se iba revolucionando por momentos y el resto de colas no. La gente, por lo bajo, profería frases contra el sistema, pero no tardaron más de lo que la "compañera" del altavoz necesitó al repetirnos dos veces su mensaje, para ir cambiando las expresiones de sus rostros de enfado por resignación. Decían:

-Esto es cosa habitual.

-¿Y qué es lo que ha dicho? preguntó mi amiga.

-Dice que nuestro tren lo están arreglando en los hangares y que saldrá cuando esté listo.

Los dos nos quedamos con nuestras caras imitando a las de los nativos, para no desentonar, pues se trataba de vivir a lo cubano. Había que ser solidario, nunca como turista.

- Esto es cosa del bloqueo americano - decía mi amiga- no podrán comprarles las piezas del tren.

- Pero Piki, si este tren es francés. Se lo dio Mitterrand a Fidel para no tener que llevarlo al desguace cuando pusieron el AVE francés. Le repliqué.

- Sí, pero algo tendrá que ver el bloqueo en esto. Seguro.

Allí estuvimos cuatro horas de espera. Vimos como se marchaba el tren de Guantánamo, a donde nosotros queríamos ir. Esto era como hacer el camino de Santiago pero a lo cubano. Mi amiga quería llegar hasta la famosa base en testimonio de protesta contra el imperialismo americano. Cuando sacamos los billetes lo intentamos, pero nos dijeron que los extranjeros no podían ir a Guantánamo en el tren que va a Guantánamo. Debían ir en el de Santiago de Cuba, que está a más de cien kilómetros de distancia, y no sabían darnos más explicaciones. Eran las normas y las normas no se discuten, se cumplen. Los funcionarios cubanos, al menos los del ferrocarril, tienen una voluntad y firmeza férrea cuando quieren.

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Por fin parecía que podíamos salir, tras la espera de cuatro horas, durante las cuales pudimos hacer amistades en la cola. Conocimos a una señora joven, rubia de bote, moderna, que viajaba con sus dos hijas quinceañeras y el novio de una de ellas. Iban al encuentro del marido y padre de las niñas, que estaba tocando en una orquesta de la capital santiagueña. Gracias a esas cuatro horas, pudimos consolidar una amistad, que nos sirvió poco después para resolver algunos problemas que se nos iban a presentar durante el viaje.

Comenzó la cola a introducirse en el tren, a la vez que la ferromoza, que es una especie de azafata de tren, iba dando la bienvenida a los pasajeros. Vestía de uniforme azul marino con chaquetilla, falda muy corta y medias de red. Se disponía mi amiga a subir cuando le dio el alto la compañera ferromoza.

-Usted puede subir pero las maletas no. Tendrían que haberlas facturado. Sólo pueden pasar equipaje de mano como en el avión. A nosotros se nos volvía a plantear un problema irresoluble, pero aquí apareció la amiga que hicimos en la cola para echarnos un cable. Nos instó a que esperásemos que pasasen todos los viajeros. Nos pidió cinco CUCs, la moneda del turista, y dándoselos disimuladamente a la señorita uniformada, hizo que se derritiera su férrea firmeza.

Accedimos al tren, un ómnibus como los que recorrían la España de los años ochenta, con tremendo traqueteo y ruido, pero allá es lo mejor que tienen. Le llaman “el rápido”, donde meten a los turistas para ir donde no quieren ir, que, a la postre, pocos de éstos viajan en él. ¡Cómo deben ser los otros trenes!

Llevábamos ya una hora de movimiento continuo, cuando entró la ferromoza al vagón -caja en mano- repartiendo unos sangüiches mixtos y una bebida de cola, de pésima calidad, para no desentonar con los sangüiches. Su nombre: "Tu cola".

Fue repartiendo una unidad, de cada, a todos y cada uno de los viajeros, menos a los dos extranjeros que había en el vagón, o sea a Piki y a mí. Mi amiga se quedó sin palabras, pero en esta ocasión reaccionó con rapidez. Se fue derechita a la ferromoza, que ya estaba más en el otro coche que en el nuestro, para pedirle explicaciones.

Yo, de lejos, aunque no podía oír lo que hablaban, por el ruido, la veía gesticular y vociferar montándole un "pollo" de padre y muy señor mío.

A su regreso, no necesité preguntarle lo que había pasado. Me dijo directamente:

- Pues no dice "la compañera", que nosotros no tenemos derecho a los bocadillos, porque hemos pagado menos que los pasajeros cubanos. Dice que ellos pagaron 55 pesos y nosotros 50. Y yo le contesté que si no sabía que el valor de los pesos convertibles, con que nosotros pagamos, tienen un valor 24 veces superior a los pesos cubanos, y, si nos pusiéramos a dar a cada uno según lo que ha pagado, nos deberían dar más de 20 bocadillos y otros tantos refrescos por lo menos. Es una racista, xenófoba, insolidaria, ¡qué sé yo cuantos más adjetivos le pude espetar! Y encima la estirá esa, me dice que cumple con las normas. Normas le voy a dar yo cuando presente mis quejas por escrito al Comité Central de los Transportes de la Revolución.

Mi amiga supuraba ira por todas partes. Estaba para darle algo. La estuve tranquilizando. Le dije que no merecía la pena ponerse así por tan poco alimento. Me contestó:

- Tú no lo entiendes. Lo que se está cociendo aquí es mucho más que un mini bocadillo con cola.

Preferí callarme, pensando para mis adentros:

-Y tanto, que se está cocinando más que un piscolabis, pero el lugar no está fuera, sino dentro de tu cabeza. Además, no te voy a contar lo de los dos sobornos que tuve que hacer antes para poder estar donde estamos, sino se te iba a producir un buen cortocircuito neuronal.

Conforme se tranquilizaba, se le iba produciendo un cambio de sentimiento, ira por desilusión. Me decía:

-La Revolución es algo maravilloso, pero es imposible que triunfe con gente como esta loca. Son gente mala, que echa arena en los ejes del Sistema para que no triunfe.

Después del sofocón, ella se recostó sobre mi brazo y se quedó dormida.

A eso de la media noche, empiezo a sentir un frío bastante desagradable. Mi amiga tosía a intervalos cada vez más cortos. El resto de compañeros de viaje comenzó a sacar de sus bolsas y macutos, todo tipo de prendas de abrigo: jerséis, mantitas, sobretodos, toallas, etc. Parecía que todo el mundo sabía lo que iba a pasar al llegar la media noche, menos nosotros. Se veía que, alguna cabeza pensante del Comité Revolucionario de Transporte, había decidido que los "compañeros" viajeros no debían pasar calor a partir de la media noche, y allí se había instalado el "Polo" con puntualidad meridiana.

Yo achuchaba contra mí a mi amiga, con la intención de calentarnos mutuamente - entiéndase en el sentido térmico solamente - para que no se despertara y no montara otro escándalo como el anterior, pero no fue posible. Como resultado de un intenso escalofrío se despertó y, entre el castañeteo de dientes, acertó a decirme:

-¿Qué pasa aquí? ¿Estamos atravesando La Antártida?

-No, Es que han puesto el aire a 14 º y fuera estamos a 35º.

-Claro, seguro que es la ferromoza que "como tira con pólvora del rey…”

-No la cargues con todas las culpas. Será el maquinista. - Le dije -.

-Lo mismo me da, pero esto es inaudito. Nosotros los capitalistas europeos siempre estamos con la obsesión del ahorro de energía. Cambiando los horarios y los camaradas comunistas cubanos derrochándola en trenes frigoríficos. Voy ahora mismo a hablar con la ferromoza.

-Mira Piki, tengamos la fiesta en paz, seamos prácticos. Olvida a la ferromoza y vamos al vagón de equipajes a ver si conseguimos que nos den nuestras maletas y sacamos un abrigo. Tú déjame a mí.

-Bueno, haz lo que quieras, esto está perdido. Resuélvelo tú con tu sentido práctico.

Allá que fuimos y, como en anteriores ocasiones, el "compañero" de equipajes sacó a relucir su férrea voluntad en el cumplimiento de las normas.

-No es posible acceder a los equipajes durante el trayecto. Nos aseguró.

-Es que, si no nos deja usted coger, de nuestras maletas, unos abrigos, llegarán a Santiago dos turistas congelados. Por favor, deje que nos podamos calentar con nuestros abrigos y, de paso, caliéntese usted con la botella de ron que se compre con estos 5 CUCs.

Los 5 pesos calentaron su frío corazón. Nos acercó las maletas y nosotros pudimos calentar nuestros cuerpos con los abrigos y pantalones que sacamos de las mismas.

Por fin, cansados y decepcionados mi amiga Piki y yo pudimos llegar a Santiago de Cuba con 8 horas de retraso y habiendo realizado un doble viaje: uno, a través de la geografía cubana y otro, a través de las ideas políticas. No éramos los mismos que habíamos salido de la Habana el día anterior, ni física ni mentalmente.

Guantánamo nos esperaba como destino final, pero eso fue otra historia...

Autor: Rafael de Tena Abril, agosto de 2.009

Recuerde la 1ª Parte.

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